“Aarón y sus hijos se encargarán de arreglar las lámparas, para que ardan delante del Señor toda la noche” (Éxodo 27:21).
No sé si algo vivía debajo de tu cama cuando eras niño, pero debajo de la mía había lobos. En serio, lobos. Vivíamos al pie de unas colinas y, bien tarde a la noche, podíamos oír los lobos aullando. Por eso, desarrollé miedo a los lobos y me convencí de que estaban al acecho debajo de mi cama, esperando a que apagara las luces para atacarme. Mi mamá trató de convencerme de que no era así y, justo cuando estaba comenzando a creerle, una noche mi padre puso en marcha uno de sus planes “malvados”. Se metió debajo de mi cama antes de que yo me fuese a dormir y, cuando las luces estuvieron apagadas, sacó uno de sus brazos y me agarró el tobillo, dejando escapar un profundo y salvaje ” ¡Grrraaahhhh!” Vo grité y lloré; y a papá no le fue tan bien cuando mamá logró atraparlo.
Ahora que ya hemos crecido, seguimos perdiendo el sueño algunas noches por temores y pensamientos más terribles que los lobos. Nos preguntamos por qué nos sentimos solos, por qué nuestras vidas están fuera de control, cuál es el objetivo de vivir, o si hay algún propósito para todo esto. Preguntas, dudas, temores, inseguridades… nos acechan como depredadores en la noche. Creo que habría sido genial ser un adolescente israelita acampado en el desierto del Sinaí. Yo he estado allá, y es uno de los lugares más desolados de la tierra. Cuando los israelitas acamparon allí, el sacerdote tenía órdenes del Señor de dejar las lámparas de aceite ardiendo en el Santuario durante toda la noche. ¿Por qué desperdiciar el aceite cuando todo el mundo estaba dormido? Porque las lámparas representaban la presencia del espíritu de Dios. Y porque era importante para Dios que sus hijos supieran que él estaba disponible durante la noche. A pesar de la oscuridad, Dios estaba despierto. Cualquier niño podría haberse despertado atemorizado con alguna pesadilla, pero con mirar simplemente fuera de su tienda, podía ver el cálido y reconfortante resplandor desde el Santuario, que estaba en medio del campamento, y que le recordaba: “Dios está despierto”.
Así fue como Dios desarrolló su reputación de ser el Dios que no duerme. La próxima vez que te encuentres despierto de noche, recuerda que Dios está despierto también y que no estás solo en la oscuridad. MH
Tomado de lecturas devocionales para Adolescentes 2017
FUSIÓN
Por: Melissa y Greg Howell
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