“¿Qué sabes tú, mujer, si quizá harás salvo a tu marido? ¿O qué sabes tú, marido, si quizá harás salva a tu mujer?” (1 Cor. 7:16).
El Señor está con los que trabajan en su viña. Yo puedo dar fe de ello. Edward, mi esposo, no se bautizó cuando yo me convertí y me uní a la iglesia en 1997. Sin embargo, comenzó a visitar la iglesia conmigo ocasionalmente. Cerca de diez años después de haberme hecho adventista, sentí un profundo deseo de predicar en una serie de campañas de evangelismo. Así que, me sentí contentísima cuando una de las Uniones de Botsuana ofreció un curso de formación en evangelismo para laicos. Al contar con esa ayuda de parte de la Unión, nuestra iglesia local decidió celebrar una campaña de evangelismo. Y adivina a quién eligió para que predicara. ¡A mí!
Con humildad, me presenté ante mi maravilloso Señor en oración: “Señor, ayúdame en esta obra que voy a hacer para ti. Tú sabes cómo deseo que mi esposo se convierta. Permite que al final de estas dos semanas, pueda alabarte por lo que has hecho por él”. Esta oración atrevida surgió desde el fondo de mi corazón.
Por aquel entonces, Edward asistía regularmente a la iglesia conmigo, pero no había tomado aún la decisión de bautizarse. Yo tenía la esperanza de que él asistiera a las reuniones todos los días, pero solo asistió a tres. El último día de la campaña, prediqué sobre la importancia del bautismo. Compartí la historia de la conversión del carcelero, que se encuentra en Hechos 16. Entonces hice un llamado: “Si, al igual que el carcelero”, imploré, “tú también quieres tomar hoy la decisión de bautizarte, por favor, levanta la mano”.
Una de las manos que se levantaron fue la de Edward, ¡mi esposo! Entonces hice un nuevo llamado: “Si levantaste tu mano, por favor, pasa al frente”. Edward se levantó y se dirigió hacia adelante, mientras en silencio yo alababa el nombre de Dios.
Cuando más tarde pregunté a mi esposo por qué no había tomado la decisión antes, él me respondió: “Estuve a punto de tomarla en los dos últimos bautismos a los que asistí, pero finalmente no lo hice”.
En ese momento, me di cuenta de que Dios había postergado la decisión de mi esposo para que pudiéramos gozarnos con los resultados de la oración.
Dios siempre sabe cómo y cuándo tiene que hacer las cosas. Por lo tanto, esposa, tú, que oras por tu esposo, ¡ten fe! Bogadi Koosaletse
Tomado de lecturas devocionales para Damas 2017
VIVIR EN SU AMOR
Por: Carolyn Rathbun Sutton – Ardis Dick Stenbakken
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