«Y al que puede fortaleceros según mi evangelio y la predicación de Jesucristo, según la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos». Romanos 16: 25
El plan de nuestra redención no fue una reflexión ulterior, formulada después de la caída de Adán. Fue una revelación «del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos» (Rom. 16: 25). Fue una manifestación de los principios que desde la eternidad habían sido el fundamento del trono de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del ser humano seducido por el apóstata. El Señor no ordenó que el pecado existiese, sino que previo su existencia, e hizo provisión para hacer frente a la terrible emergencia. Tan grande fue su amor por el mundo, que se comprometió a dar a su Hijo unigénito «para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16, RV60). […] Este fue un sacrificio voluntario. Jesús podría haber permanecido al lado del Padre.
Podría haber conservado la gloria del cielo, y el homenaje de los ángeles. Pero prefirió devolver el cetro a las manos del Padre, y bajar del trono del universo, a fin de traer luz a los que estaban en tinieblas, y vida a los que perecían.
Hace casi dos mil años, se oyó en el cielo una voz que, partiendo del trono de Dios, decía: «He aquí, vengo». «Sacrificio y ofrenda, no quisiste; mas me diste un cuerpo […]. He aquí, vengo, Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí» (Heb. 10: 5-7). Con estas palabras se anunció el cumplimiento del misterio que había estado oculto desde tiempos eternos. Cristo estaba por visitar nuestro mundo, y encarnarse. Él dice: «Me diste un cuerpo». Si hubiera aparecido con la gloria que tenía con el Padre antes de que el mundo fuera, no podríamos haber soportado la luz de su presencia. A fin de que pudiésemos contemplarla y no ser destruidos, la manifestación de su gloria fue velada. Su divinidad fue cubierta de humanidad, la gloria invisible tomó forma humana visible. […] Así Cristo levantó su tabernáculo en medio de nuestro campamento humano.
Plantó su tienda al lado de la tienda de los seres humanos, a fin de morar entre nosotros y familiarizarnos con su vida.— El Deseado de todas las gentes, cap. 1, pp. 13-15.
Tomado de lecturas devocionales para Adultos 2017
DE VUELTA AL HOGAR
Por: Elena G. de White
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