“Pero el que se
gloría, gloríese en el Señor. No es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino
aquel a quien Dios alaba” (2 Corintios 10:17, 18).
La sana
autoestima no consiste en alabarse a sí mismo y a los atributos que uno pueda
poseer, como es el caso de la personalidad narcisista. Tampoco consiste en
hacer todo a la perfección, como intentan las personas perfeccionistas. Estos
ejemplos suelen tener una autoestima desequilibrada.
Ricardo exhibía
muchas características de la personalidad narcisista. Contaba con una gran
necesidad de ser admirado y reconocido por sus logros. Por ello explicaba lo
bien que hacía su trabajo, los conocimientos que tenía y cómo otros estaban muy
por debajo de él. Creía que muchos lo envidiaban y se sentía superior, diciendo
que era un incomprendido, pues la ignorancia de los demás no les permitía
apreciar sus cualidades. Con tal aire de arrogancia, todo el mundo lo rehuía.
Pero la verdad era que, en su fuero interno, se veía solo y herido por su
ínfima autoestima.
Luisa era perfeccionista.
Su empeño era hacer cualquier tarea a la perfección. Y al final, no quedaba
satisfecha, pues no conseguía el nivel de sus altísimas exigencias. Con
frecuencia le embargaba un temor profundo por no hacer su trabajo de forma
cabal, no usar las palabras precisas, o no vestirse de la manera adecuada a la
ocasión. Cuando otros le decían que no era necesario esmerarse tanto, se ponía
a la defensiva y sus relaciones con otros sufrían. En realidad, Luisa poseía
una autoestima insuficiente y secretamente se consideraba incapaz y limitada.
Ricardo no
resolvió su problema hasta comprender y aplicar en su vida el versículo de hoy.
Aprendió que no es aprobado el que se alaba a sí mismo, sino aquel a quien Dios
alaba. Luisa se benefició profundamente del mensaje del texto: “Bástate mi
gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor. 12:9). Aprendió
que su verdadero valor estaba en los dones que Dios le había otorgado y que sus
debilidades podían reportarle poder. Precisamente por ello, el apóstol
testificó: “Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (vers. 10).
Ricardo y Luisa
alcanzaron el nivel justo de autoestima al adoptar la humildad. Por eso Jesús
bendijo a los pobres de espíritu (los humildes), en Mateo 5:3, se presentó a sí
mismo como manso y humilde (Mat. 11:29), invitó a los encumbrados a hacerse
siervos (Mat. 23:11) y se humilló, siendo el Rey del universo, a lavar los pies
a sus discípulos (Juan 13:5).
Pide hoy a Dios
que te indique qué puedes hacer para ser verdaderamente humilde.
DEVOCIÓN MATUTINA
PARA ADULTOS 2020
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y
Laura Fidanza
Lecturas
devocionales para Adultos 2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario