“No perdáis,
pues, vuestra confianza, que tiene una gran recompensa” (Hebreos 10:35).
El pasaje de hoy
insta a los creyentes a no perder la confianza. Y para expresar tal idea, el
autor utiliza el verbo apobalo, que tiene un sentido castrense y se utilizaba
cuando un soldado perdía o abandonaba su escudo en la batalla. Cuando un
soldado se desanimaba en la lucha, podía caer en una de las reacciones más indignas:
arrojar el escudo para aligerar la carga y huir. Luego informaba a su superior
que había “perdido” el escudo. Tal acción denotaba gran cobardía y dicho
soldado no podía asistir a las ceremonias de celebración y honra a los
guerreros.
No perder la
confianza significa conservar la valentía, la audacia y el dinamismo propios de
un buen soldado. No es de extrañar el uso de estos recursos lingüísticos, pues
la carta va dirigida a la segunda generación de judeocristianos que les tocó
vivir después de la persecución de Nerón y antes de la de Domiciano. Eran
tiempos tensos pues, aunque los cristianos no estaban siendo perseguidos en ese
momento, sus padres sí habían sufrido la persecución y ellos estaban a punto de
padecerla (Heb. 12:4).
La verdad es que
cuando las adversidades o la dureza de la confrontación son extremas, nada
podemos hacer por nosotros mismos. No es de extrañar que la reacción orgánica
ante el peligro o las amenazas la lleve a cabo el llamado sistema nervioso
autónomo, que obra independientemente de nuestra voluntad. Se sabe que, en los
campos de batalla, algún soldado ha muerto literalmente de miedo. Esto es
debido a un mecanismo biológico llamado “rebote parasimpático”. En
circunstancias de alarma normal, el sistema nervioso simpático nos alerta del
peligro con una serie de reacciones: fuertes latidos, sudor, dilatación de los
conductos respiratorios, dilatación de los vasos sanguíneos, energía muscular,
entre otros. Ante esto, el sistema nervioso parasimpático reacciona para
amortiguar los efectos de tanta conmoción orgánica y acercarnos a la
normalidad. Pero cuando la alarma es extrema (como el temor a la muerte en la
batalla), el efecto parasimpático puede producir un paro cardíaco y acabar con
la vida de la persona.
En las batallas
espirituales, solo Dios puede hacernos valientes frente a la dureza de la
tentación y las amenazas de la vida. Tal vez estés en lo peor de la lucha y te
sientas tentado a arrojar el escudo y abandonarte a la derrota. Pero hay una
opción mucho mejor. Entrégate a Jesús y él te dará la victoria. Como a Jairo le
dijo mientras su hija agonizaba, ahora te dice a ti: “No temas, cree solamente”
(Mar. 5:36).
DEVOCIÓN MATUTINA
PARA ADULTOS 2020
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020
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