«Un corazón apacible infunde vida al cuerpo, pero la envidia corroe hasta los huesos» (Proverbios 14:30).
Las primeras evidencias de presencia judía en lo que hoy es España datan de los siglos VII y VI a. C. El apóstol Pablo expresa su deseo de visitar la península ibérica para proclamar el evangelio de Jesús, lo cual es un indicio de las importantes comunidades judías que había establecidas en la región (Romanos 15:24-28). A lo largo de los siglos, la comunidad hebrea logró consolidarse como un significativo pilar en la economía ibérica, a pesar de sufrir ataques de intolerancia y odio popular en diversos momentos de la historia.
La situación llegaría a ser cada vez más compleja durante el siglo XV. La animadversión popular contra los judíos, considerados culpables por lo que sus antepasados habían hecho pasar a Jesús, se fomentaba desde los púlpitos de muchas iglesias, en especial durante la Semana Santa. Incluso se dejaban correr rumores y calumnias en contra de los judíos (como que habían robado la hostia de alguna iglesia o crucificado a un niño) que exacerbaban la rabia de los cristianos. Asimismo, se criticaba su estilo de vida y se les envidiaba tanto por sus crecientes fortunas como por la influencia que varios de ellos tenían en la corte real y con los grandes personajes del reino. Por si fuera poco, se les aborrecía hasta por sus costumbres alimentarias, ya que profanaban las normas que daba la iglesia sobre este particular (Manuel Fernández Álvarez, Isabel la Católica, Barcelona: Espasa, 2012, pág. 380).
La conquista de Granada, en enero de 1492, consolidó el poder de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón. Así que el 31 de marzo del mismo año decretaron la expulsión de los judíos de la península. Solo tenían seis meses para abandonar una tierra en la que habían vivido durante siglos. Entonces, los odios, las envidias y los abusos se desbordaron en contra de esta comunidad, que fue despojada de sus pertenencias y patrimonio. Más de cien mil judíos salieron de Castilla hacia diversos lugares, en especial hacia Portugal. A menudo se vieron expoliados y maltratados dondequiera que iban.
Un verdadero cristiano no puede vivir con envidia y odio en su corazón. Mucho menos puede azuzar a los creyentes a lastimar a otras personas que piensan diferente. «Si sembramos desconfianza, envidia, celos, amor propio, amargura de pensamientos y sentimientos, cosecharemos acíbar para nuestras propias almas» (Consejos para los maestros, pág. 90).
¿Sientes malestar porque a otros les va mejor que a ti? Cuidado. No es bueno dejar crecer esos sentimientos en la vida. Sus frutos pueden ser asombrosamente destructivos.
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UNA NUEVA VERSIÓN DE TI
Alejandro Medina Villarreal
Lecturas devocionales para Jóvenes 2020
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