“Si vosotros no perdonáis,
tampoco vuestro Padre que está en los cielos os perdonará vuestras ofensas”
(Mar. 11:26, RVR 95).
Era una pareja
hermosa. Hacía poco que se habían casado y que, ante el altar del matrimonio,
se habían jurado fidelidad y amor eterno. Ambos parecían salidos de una
película de Hollywood: altos, delgados, atractivos, físicamente no les faltaba
nada. Todo parecía apuntar al éxito del nuevo matrimonio, hasta que un día, una
mujer de la familia de ella se propuso seducir a ese hombre, porque envidiaba
la suerte de su esposa. Lo que nadie imaginó fue que su plan diera resultado.
Todo se derrumbó como si de una casa de naipes se tratara. Las expectativas de
una mujer recién casada se vieron truncadas y sustituidas por un doloroso
camino de tormento. Aquel dolor duró meses y meses hasta que, finalmente, esta
heroína se dijo a sí misma: “Debo perdonar. Dios siempre perdona y nos da otra
oportunidad”.
“Pobrecita, qué
mala decisión tomó”, tal vez estés pensado. Y esa es la manera de pensar más
común, fruto de la ausencia del verdadero perdón en nuestra vida. Fruto de
nuestra incapacidad para reflexionar en lo que Dios ha hecho por nosotras.
Dios, que conoce nuestra necedad y nuestros pecados no le son ocultos (ver Sal.
69:5), “no nos ha dado el pago que merecen nuestras maldades y pecados” (Sal.
103:10), sino que nos ha perdonado (ver Isa. 38:17). Él borra nuestras
rebeliones y no se acuerda más de nuestros pecados (ver Isa. 43:25, RVR 95).
¿No es ese nuestro ejemplo a seguir? ¿No es ese el camino que abre delante de
nosotras en cuanto a lo que nuestras relaciones personales se refiere? Por eso,
“si tienes algo contra alguien perdónalo, para que también tu Padre que está en
el cielo te perdone a ti tus pecados” (Mar. 11:25, NVI).
Un hogar hermoso,
un bello hijo y mucha felicidad circundan hoy al matrimonio del que te he
hablado. Ella tomó la decisión a la que nos invita la Biblia: perdonar. Pero
para llegar a tomarla, primero tuvo que comprender que perdonar no es un
sentimiento, sino una decisión. Y fue capaz de tomar esa decisión gracias a la
fuerza y la esperanza que encontró en Dios. Así, pudo ver por experiencia
propia que “el que perdona la ofensa cultiva el amor” (Prov. 17:9, NVI).
Perdonar es un
milagro que Dios también puede (y quiere) hacer en tu vida.
DEVOCIÓN MATUTINA
PARA DAMAS 2020
UN DÍA A LA VEZ
Patricia Muñoz Bertozzi
Lecturas Devocionales para Mujeres 2020
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