Uno de los muchos cuentos de los hermanos Jacob y Wilheim Grimm relata la historia de una anciana que quedó viuda. Su hijo y nuera la acogieron en su casa para que viviera con ellos y su hijita, para evitar la soledad y el peligro que conllevaba su edad. La abuelita contaba con salud suficiente, pero el envejecimiento natural hizo que perdiera vista, oído y coordinación. Cuando la familia comía a la mesa, la anciana a veces se dejaba caer la comida o vertía la bebida por el temblor de sus manos. Un día, cuando la mujer derramó un vaso de leche en la mesa, su hijo y nuera se molestaron y la pusieron a comer en una mesa muy pequeña en el rincón de la cocina donde almacenaban las escobas y los productos de limpieza. La anciana, con tristeza y resignación, comía allí, apartada de sus seres queridos.
Una noche, antes de la cena, mientras la niñita jugaba con sus bloques de construcción, su padre se interesó por lo que estaba construyendo. La niña explicó:
—Estoy haciendo una mesita para que cuando tú y mamá seáis viejecitos podáis comer en un rincón de la cocina.
Aquella noche, mientras miraban a su madre comer sola en el rincón, rompieron en llanto y decidieron que, a partir de ese momento, la abuelita comería con el resto de la familia, en la mesa grande. Desde entonces, no dieron importancia a cualquier torpeza de la anciana.
El texto de hoy encierra gran sabiduría en pocas palabras. Abarca tres generaciones. De los abuelos, dice que sus nietos son como una corona para ellos. De los hijos, dice que sus padres les son honra. Todas las personas caben en este texto pues, aunque no todos sean padres o abuelos, todos somos hijos y debemos profundo respeto a las generaciones que nos preceden.
La Escritura nos encomienda el cuidado de las personas mayores de nuestra familia especialmente los que tienen necesidad: «Pero si una viuda tiene hijos o nietos, que estos aprendan primero a cumplir sus obligaciones con su propia familia...» (1 Timoteo 5: 4, CST). Pero esta responsabilidad no está limitada a satisfacer necesidades materiales, sino también de consideración, respeto y honra, como dice el mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre, como Jehová, tu Dios, te ha mandado, para que sean prolongados tus días y para que te vaya bien sobre la tierra que Jehová, tu Dios, te da» (Deuteronomio 5: 16)
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2020.
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020.
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