La epinefrina (también llamada adrenalina) ha sido objeto de mucha atención en los últimos tiempos. Se usa como medicamento para la resucitación cardiopulmonar ante un paro cardíaco, colapso circulatorio, ataque de asma o reacción alérgica. Aunque la epinefrina se sintetiza en los laboratorios desde hace más de cien años, las glándulas suprarrenales del ser humano la llevan segregando desde su origen. De hecho, esas glándulas la producen de manera intensa cuando alguien se enfrenta a situaciones de riesgo, de miedo o de tensión. Esto ocurre para proporcionar más energía y sobrevivir a la amenaza. Además de comunicar energía, la epinefrina afecta a las emociones de forma tal que, cuando sentimos la presencia de la sustancia, experimentamos emociones que pueden ser positivas (alegría, gratitud, complacencia, entusiasmo) o negativas (temor, desesperación, frustración, hostilidad).
La psicología experimental lleva varias décadas observando el efecto de esta sustancia química sobre las emociones humanas. Uno de los primeros experimentos lo llevaron a cabo Stanley Schachter y Jerome Singer. Inyectaron a un grupo de estudiantes una dosis de epinefrina para observar el efecto sobre sus reacciones temperamentales. A la mitad de ellos se les asignó un compañero que actuaba de forma alegre y juguetona, mientras que a la otra mitad se les puso un compañero malhumorado y protestón. Se observó que todos los participantes mostraban una actividad emocional más intensa de lo normal, pero fue interesante observar cómo había una gran diferencia entre los dos grupos, según habían tenido un compañero agradable o uno gruñón. Los investigadores esperaban que la manifestación fuese homogénea sin verse afectada por la presencia de los dos tipos de compañeros. De esta manera demostrarían que la epinefrina era absolutamente responsable en la activación emocional. Pero el resultado fue diferente: los primeros desplegaron emociones positivas intensas y los segundos mostraron emociones negativas intensas.
Estas observaciones nos confirman que la presencia de una persona tranquila y feliz produce consecuencias muy distintas de la persona tensa y enojosa. Una de las características del necio es la ira (Job 5:22). Y el versículo de hoy nos advierte que, si nos juntamos con necios saldremos mal parados. Parece que el efecto es inexorable: la presencia del otro es más poderosa que la epinefrina (o adrenalina).
Hagamos planes hoy para buscar la compañía del sabio y poder así también nosotros ser sabios y esquivar el trato excesivo con el necio (Prov. 13:20).
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