-¿Han oído hablar de la serpiente de bronce que Moisés hizo en el desierto? -preguntó el papá.
—Yo sí —respondió Susana.
-Yo no —dijo Mateo—, pero me gustaría que me contaras esa historia.
-El pueblo de Israel ya estaba cerca de Canaán de nuevo -continuó el papá-. Acababan de ganar una batalla y se sentían confiados por ese triunfo. Quizá cuarenta años antes podían haber entrado a Canaán victoriosos. El pueblo fácilmente olvidaba las bendiciones que recibía cada día, y se quejaron contra Moisés, le reclamaron que los había sacado de Egipto para morir en el desierto. Como siempre, le estaban echando la culpa a Dios, que los había librado y los seguía protegiendo. Se les olvidaba que la nube les daba sombra, que la columna de fuego les daba luz, que tenían pan, que el agua había fluido de la roca, que Dios los había protegido de las serpientes venenosas y de muchas cosas más.
»En sus quejas, dijeron que era mejor morir en el desierto. Así que Dios permitió que serpientes venenosas invadieran el campamento.
Las personas que recibían picaduras de serpiente morían rápido, se escuchaban lamentos por todas partes por la pérdida de seres queridos. Entonces el pueblo acudió a Moisés para que orara a Dios y los ayudara. Aunque Moisés se había dado cuenta del pecado que habían cometido, oro y Dios le dijo que hiciera una serpiente de bronce y que todo el que la mirara viviría. No había poder en la serpiente, eso los israelitas lo sabían; era el poder de Dios lo que sanaba. Aun así, algunos no creyeron y murieron. La provisión se había hecho, pero no la habían aprovechado.
Tu petición:Querido Dios, gracias porque Jesús representa a la serpiente que fue levantada en el desierto. En él tendré vida eterna.
¿Sabías que?
En el desierto había serpientes venenosas y escorpiones.
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