-Ahora Josué era el líder -dijo el papá-, Dios lo había elegido para conducir al pueblo. Era un valeroso guerrero, había dirigido todas las batallas, su fe se había dejado ver en los momentos difíciles por los que pasaron, manteniéndose siempre de parte de Dios. Pero tenía un gran problema: viendo su gran responsabilidad, desconfiaba de sí mismo; por eso Dios le dijo que no temiera, pues tal como había estado con Moisés, estaría con él.
-Era una gran responsabilidad la que tenía ahora, pues ya no era ayudante, sino líder -comentó Susana.
-Sí, pero Dios no deja sola a la persona que escoge para que le sirva -respondió el papá-; él promete ayuda y dirección en todo momento. Dios le ordenó avanzar. No le dijo cómo, pero Josué estaba seguro de que Dios haría lo necesario para que llegaran a su destino.
Josué dio la orden de preparar alimento suficiente para tres días antes de partir. Le respondieron que harían todo lo que él les pidiera y que obedecerían como habían obedecido a Moisés.
-Me imagino a los niños muy emocionados porque por fin iban a entrar en la tierra prometida, de la que fluía leche y miel —comentó Mateo—; ya no tendrían que caminar por el árido desierto.
-Creo que principalmente los niños estaban muy emocionados, aunque también los demás. El paisaje que veían del otro lado del Jordán era muy diferente a las tierras por donde habían caminado durante cuarenta años. También nosotros debemos emocionarnos al saber que cada día estamos más cerca de estar con Jesús para siempre. No cruzaremos más desiertos en esta vida -terminó el papá.
¿Sabías qué?
Las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés tuvieron como heredad tierras que habían conquistado antes del cruce del Jordán.
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