Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad (Juan 1: 14).
Para que la revelación de su carácter fuera completa, Dios hizo una revelación personal. La naturaleza y la comunicación oral y escrita son imperfectas en si mismas, por causa del pecado y el mal que nos rodea. Por eso Dios escogió revelarse personalmente. Lo hizo mediante alguien que era la esencia de lo que él es. Lo hizo a través del Verbo, que no era otra cosa que la encarnación de su Palabra. De este modo podía hablar directamente a la humanidad.
Se nos dice: «Pero la naturaleza no puede enseñar la lección del grande y maravilloso amor de Dios. Por lo tanto, después de la caída, la naturaleza no fue el único maestro del hombre. A fin de que el mundo no permaneciera en tinieblas, en eterna noche espiritual, el Dios de la naturaleza se nos unió en Jesucristo» (Mensajes selectos, t. 1, p. 343). Él venía a revelar al Padre. Por eso era «esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano» que viene «a este mundo» (Juan 1:9).
Cristo vino para representar en la humanidad el carácter de Dios. Dijo a sus discípulos: «¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14: 9). En su oración por sus discípulos, dijo: «Yo les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo mismo esté en ellos» (Juan 17: 26). Su propia venida era ya una demostración de ese amor. Por eso dijo: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). El apóstol Pablo escribió: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosa¬mente, junto con él, todas las cosas?» (Rom. 8: 32).
Cristo mismo nos habló de ese amor: «Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?» (Mat. 6: 26). «Al venir a morar con nosotros, Jesús iba a revelar a Dios tanto a los hombres como a los ángeles. Él era la Palabra de Dios: el pensamiento de Dios hecho audible» (El Deseado de todas las gentes, p. 11). Meditemos en ese amor.
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C.
Para que la revelación de su carácter fuera completa, Dios hizo una revelación personal. La naturaleza y la comunicación oral y escrita son imperfectas en si mismas, por causa del pecado y el mal que nos rodea. Por eso Dios escogió revelarse personalmente. Lo hizo mediante alguien que era la esencia de lo que él es. Lo hizo a través del Verbo, que no era otra cosa que la encarnación de su Palabra. De este modo podía hablar directamente a la humanidad.
Se nos dice: «Pero la naturaleza no puede enseñar la lección del grande y maravilloso amor de Dios. Por lo tanto, después de la caída, la naturaleza no fue el único maestro del hombre. A fin de que el mundo no permaneciera en tinieblas, en eterna noche espiritual, el Dios de la naturaleza se nos unió en Jesucristo» (Mensajes selectos, t. 1, p. 343). Él venía a revelar al Padre. Por eso era «esa luz verdadera, la que alumbra a todo ser humano» que viene «a este mundo» (Juan 1:9).
Cristo vino para representar en la humanidad el carácter de Dios. Dijo a sus discípulos: «¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Juan 14: 9). En su oración por sus discípulos, dijo: «Yo les he dado a conocer quién eres, y seguiré haciéndolo, para que el amor con que me has amado esté en ellos, y yo mismo esté en ellos» (Juan 17: 26). Su propia venida era ya una demostración de ese amor. Por eso dijo: «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16). El apóstol Pablo escribió: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no habrá de darnos generosa¬mente, junto con él, todas las cosas?» (Rom. 8: 32).
Cristo mismo nos habló de ese amor: «Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas?» (Mat. 6: 26). «Al venir a morar con nosotros, Jesús iba a revelar a Dios tanto a los hombres como a los ángeles. Él era la Palabra de Dios: el pensamiento de Dios hecho audible» (El Deseado de todas las gentes, p. 11). Meditemos en ese amor.
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C.
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