Antes ofrecían ustedes los miembros de su cuerpo para servir a la impureza, que lleva más y más a la maldad; ofrézcanlos ahora para servir a la justicia que lleva a la santidad (Romanos 6: 19).
El hecho de ser liberados del poder del pecado no significa que nunca más vamos a cometer una falta o a caer en un pecado. La liberación es del dominio del mal en la vida, no de la posibilidad de pecar. Notemos las palabras del apóstol Pablo: «Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal, ni obedezcan a sus malos deseos» (Rom. 6: 12). Antes de conocer a Cristo pensábamos que lo normal era ser como éramos. Vivir como vivíamos era para nosotros el modo común y natural de vivir. Pensábamos que lo que hacíamos era lo normal. Pero al relacionamos con Cristo, cambia nuestra manera de ver las cosas. Ahora vemos que hay otra manera de vivir; otra manera de ser. Se abre delante de nosotros la posibilidad de vivir una vida diferente. Ya el pecado no se apodera de nuestra vida; no reina más, ni somos más sus súbditos leales ante quien tenemos que inclinarnos en obediencia ciega. Ese dominio se rompió. Cristo lo eliminó. Pero esta liberación del yugo del pecado trae un nuevo estatus y condición. Antes éramos esclavos de Satanás; ahora somos esclavos de Cristo. Antes éramos siervos del pecado; ahora somos siervos de la justicia. Pablo lo ilustra bien: «En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia» (Rom. 6: 18). En el mundo existen solo dos poderes: el bien y el mal. Existen solo dos señoríos: el de Cristo y el de Satanás. No hay terreno medio, ni medias aguas. No hay neutralidad. Cuando Cristo nos libera, llegamos a ser de él. Al llegar a ser suyos, el dominio del mal se rompe, y ahora somos aliados de la justicia. Ese es el indicativo: Somos libres del mal, y por ese mismo hecho, ahora somos siervos de la justicia. Ya no tenemos que vivir a la manera antigua. De allí viene el imperativo: Vivamos como se vive la vida en Cristo.
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C
El hecho de ser liberados del poder del pecado no significa que nunca más vamos a cometer una falta o a caer en un pecado. La liberación es del dominio del mal en la vida, no de la posibilidad de pecar. Notemos las palabras del apóstol Pablo: «Por lo tanto, no permitan ustedes que el pecado reine en su cuerpo mortal, ni obedezcan a sus malos deseos» (Rom. 6: 12). Antes de conocer a Cristo pensábamos que lo normal era ser como éramos. Vivir como vivíamos era para nosotros el modo común y natural de vivir. Pensábamos que lo que hacíamos era lo normal. Pero al relacionamos con Cristo, cambia nuestra manera de ver las cosas. Ahora vemos que hay otra manera de vivir; otra manera de ser. Se abre delante de nosotros la posibilidad de vivir una vida diferente. Ya el pecado no se apodera de nuestra vida; no reina más, ni somos más sus súbditos leales ante quien tenemos que inclinarnos en obediencia ciega. Ese dominio se rompió. Cristo lo eliminó. Pero esta liberación del yugo del pecado trae un nuevo estatus y condición. Antes éramos esclavos de Satanás; ahora somos esclavos de Cristo. Antes éramos siervos del pecado; ahora somos siervos de la justicia. Pablo lo ilustra bien: «En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia» (Rom. 6: 18). En el mundo existen solo dos poderes: el bien y el mal. Existen solo dos señoríos: el de Cristo y el de Satanás. No hay terreno medio, ni medias aguas. No hay neutralidad. Cuando Cristo nos libera, llegamos a ser de él. Al llegar a ser suyos, el dominio del mal se rompe, y ahora somos aliados de la justicia. Ese es el indicativo: Somos libres del mal, y por ese mismo hecho, ahora somos siervos de la justicia. Ya no tenemos que vivir a la manera antigua. De allí viene el imperativo: Vivamos como se vive la vida en Cristo.
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C
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