Entro él entonces, cerró la puerta detrás de ambos y oró a Jehová (2 Reyes 4:33).
Eliseo intentó consolar a la Sunamita en su momento de mayor desesperación. Ordenó a su siervo, Giezi, que fuera con ella a su casa, para resolver el problema que tanto la perturbaba. Pero lo que ella necesitaba era el poder de Dios, no el consuelo ni la ayuda humana. Cualquier palabra parecía hueca y sin sentido en aquella circunstancia. Aquella mujer sabía que debía aferrarse a la esperanza, pues únicamente del Dios verdadero podía llegar su auxilio. Por eso le dijo al profeta: «¡ Vive Jehová y vive tu alma, que no te dejaré!» (2 Rey 4: 30). Entonces Elíseo hizo lo que tú y yo debemos hacer cuando alguien viene a nosotros buscando desespe¬radamente nuestra ayuda ante situaciones dolorosas: la acompañó, pero no a buscar ayuda humana, sino a buscar al Médico divino.
Según el registro bíblico, el profeta «cerró la puerta detrás de ambos y oró a Jehová» (2 Rey. 4: 33). ¡Qué resultado tan glorioso para tan sencillo acto! Cuando nos comunicamos con nuestro Padre, lo complicado se vuelve sencillo, lo imposible se hace posible, lo humano recibe el poder divino. Solo cuando la fe se unió en oración a la debilidad humana y se asió del poderoso brazo de Dios, volvió a reinar la felicidad en el corazón de aquella mujer y en aquel hogar.
Si te sientes cargada de inseguridad, dolor o desesperación, busca a Jesús, él tiene la solución para ti. La experiencia de la Sunamita nos enseña algo que no debemos olvidar. A veces, ante las dificultades, recurrimos primero al ser humano, sujeto y limitado como nosotras, pero aquella mujer sabía que su esposo no podía hacer nada por su hijo. Sabía que solo Dios podía suplir la necesidad más íntima de su ser. Y el Señor premió la fe de una mujer Sunamita, que ni siquiera pertenecía al pueblo de Israel.
Dios siempre escucha tus súplicas. La batalla que estás librando puede ser cruel y desgarradora, pero recuerda: Dios nunca cierra sus ojos ante la pena y el dolor. Ten valor. Ve a él, porque él estará contigo.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Eliseo intentó consolar a la Sunamita en su momento de mayor desesperación. Ordenó a su siervo, Giezi, que fuera con ella a su casa, para resolver el problema que tanto la perturbaba. Pero lo que ella necesitaba era el poder de Dios, no el consuelo ni la ayuda humana. Cualquier palabra parecía hueca y sin sentido en aquella circunstancia. Aquella mujer sabía que debía aferrarse a la esperanza, pues únicamente del Dios verdadero podía llegar su auxilio. Por eso le dijo al profeta: «¡ Vive Jehová y vive tu alma, que no te dejaré!» (2 Rey 4: 30). Entonces Elíseo hizo lo que tú y yo debemos hacer cuando alguien viene a nosotros buscando desespe¬radamente nuestra ayuda ante situaciones dolorosas: la acompañó, pero no a buscar ayuda humana, sino a buscar al Médico divino.
Según el registro bíblico, el profeta «cerró la puerta detrás de ambos y oró a Jehová» (2 Rey. 4: 33). ¡Qué resultado tan glorioso para tan sencillo acto! Cuando nos comunicamos con nuestro Padre, lo complicado se vuelve sencillo, lo imposible se hace posible, lo humano recibe el poder divino. Solo cuando la fe se unió en oración a la debilidad humana y se asió del poderoso brazo de Dios, volvió a reinar la felicidad en el corazón de aquella mujer y en aquel hogar.
Si te sientes cargada de inseguridad, dolor o desesperación, busca a Jesús, él tiene la solución para ti. La experiencia de la Sunamita nos enseña algo que no debemos olvidar. A veces, ante las dificultades, recurrimos primero al ser humano, sujeto y limitado como nosotras, pero aquella mujer sabía que su esposo no podía hacer nada por su hijo. Sabía que solo Dios podía suplir la necesidad más íntima de su ser. Y el Señor premió la fe de una mujer Sunamita, que ni siquiera pertenecía al pueblo de Israel.
Dios siempre escucha tus súplicas. La batalla que estás librando puede ser cruel y desgarradora, pero recuerda: Dios nunca cierra sus ojos ante la pena y el dolor. Ten valor. Ve a él, porque él estará contigo.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
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