Y el mismo Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, el cual nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia. 2 Tesalonicenses 2:16.
¡Dios te amó de tal manera que dio a su Hijo unigénito! No existía nada más grande ni más precioso que pudiera ser dado en tu favor. ¿Por qué no te dejó Dios abandonado al triste destino de muerte? ¡Por amor! ¡Solo por amor! Un amor que llegó hasta el sacrificio. Era la única manera de salvarte.
La paga del pecado es la muerte; y ese principio no puede ser ignorado. Tú y yo habíamos pecado, y merecíamos morir. Pero, Dios nos ama tanto que entregó a su propio Hijo para que muriese en nuestro lugar. ¡La Cruz es la más grande expresión del amor de Dios! Allí, el amor divino se escribió con sangre. Jamás podremos entender la dimensión de ese amor.
Por lo tanto, en las horas de dolor y de tristeza; en las horas en que el martilleo de la culpa te golpea impiadosamente, piensa en el amor de Dios. Para él, eres lo más precioso que existe en este mundo: te ama con un amor infinito. No por lo que eres, sino a pesar de lo que puedas ser. Te amó hasta la muerte; se entregó como un cordero, silenciosamente, sin emitir un gemido. Éramos tú y yo quienes merecíamos morir en esa cruenta cruz. Pero, su amor fue más grande que la propia vida. Incluso, porque la vida que nos fue dada había sido una expresión de su amor.
Cuando Jesús estuvo en este mundo, era la personificación del amor: el amor hecho carne; el amor que se podía tocar y ver. Mientras Jesús se movía entre los seres humanos, lo que se movía, en realidad, era el amor de Dios. Y ese amor tenía un poder transformador sin medidas: curó leprosos, hizo andar paralíticos, abrió los ojos de los ciegos, resucitó muertos, libertó endemoniados y devolvió la dignidad y el respeto propio a personas destruidas por las circunstancias de la vida. Jesús era el amor en acción; el amor transformador. Y nos dio una lección: solo el amor transforma; solo el amor reconstruye lo que fue desecho por el pecado.
Si tienes una persona amada que está destruida por el pecado, recuérdate que solo el amor redime. ¡Ah, querido!, si el amor, personificado en Jesús, hizo andar a un cadáver que ya olía mal, ¿por qué no podría traer a tu padre de vuelta? ¿Por qué no podría rescatarlo de las garras del vicio? ¿Por qué no sería capaz de reconstruir tu matrimonio?
Sal, rumbo a las actividades de este día, recordando que: "Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
¡Dios te amó de tal manera que dio a su Hijo unigénito! No existía nada más grande ni más precioso que pudiera ser dado en tu favor. ¿Por qué no te dejó Dios abandonado al triste destino de muerte? ¡Por amor! ¡Solo por amor! Un amor que llegó hasta el sacrificio. Era la única manera de salvarte.
La paga del pecado es la muerte; y ese principio no puede ser ignorado. Tú y yo habíamos pecado, y merecíamos morir. Pero, Dios nos ama tanto que entregó a su propio Hijo para que muriese en nuestro lugar. ¡La Cruz es la más grande expresión del amor de Dios! Allí, el amor divino se escribió con sangre. Jamás podremos entender la dimensión de ese amor.
Por lo tanto, en las horas de dolor y de tristeza; en las horas en que el martilleo de la culpa te golpea impiadosamente, piensa en el amor de Dios. Para él, eres lo más precioso que existe en este mundo: te ama con un amor infinito. No por lo que eres, sino a pesar de lo que puedas ser. Te amó hasta la muerte; se entregó como un cordero, silenciosamente, sin emitir un gemido. Éramos tú y yo quienes merecíamos morir en esa cruenta cruz. Pero, su amor fue más grande que la propia vida. Incluso, porque la vida que nos fue dada había sido una expresión de su amor.
Cuando Jesús estuvo en este mundo, era la personificación del amor: el amor hecho carne; el amor que se podía tocar y ver. Mientras Jesús se movía entre los seres humanos, lo que se movía, en realidad, era el amor de Dios. Y ese amor tenía un poder transformador sin medidas: curó leprosos, hizo andar paralíticos, abrió los ojos de los ciegos, resucitó muertos, libertó endemoniados y devolvió la dignidad y el respeto propio a personas destruidas por las circunstancias de la vida. Jesús era el amor en acción; el amor transformador. Y nos dio una lección: solo el amor transforma; solo el amor reconstruye lo que fue desecho por el pecado.
Si tienes una persona amada que está destruida por el pecado, recuérdate que solo el amor redime. ¡Ah, querido!, si el amor, personificado en Jesús, hizo andar a un cadáver que ya olía mal, ¿por qué no podría traer a tu padre de vuelta? ¿Por qué no podría rescatarlo de las garras del vicio? ¿Por qué no sería capaz de reconstruir tu matrimonio?
Sal, rumbo a las actividades de este día, recordando que: "Jesucristo Señor nuestro, y Dios nuestro Padre, nos amó y nos dio consolación eterna y buena esperanza por gracia".
Tomado de meditaciones matinales para adultos
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