«Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este mundo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes» (Efesios 6:12).
Un niño discutía con su hermanita, cosa común entre hermanos. Pero cuando la hermana pequeña, llorando, corrió en busca de su madre, esta pensó que tenía que tomar cartas en el asunto.
—¿Qué pasa con ustedes dos? —preguntó—. José, le diste una bofetada a tu hermana y le has dejado la marca en la mejilla. ¿Qué tienes que decir?
José respondió en su defensa:
—Pues ella me devolvió el golpe...
No se dio cuenta de que su explicación revelaba a su madre que él había empezado la pelea.
Culpar a los demás por las cosas malas que hacemos es un juego muy antiguo que, en el cielo, cierto ángel empezó después de sentir que no se lo respetaba lo suficiente. Luego Adán culpó a Eva por comer del fruto prohibido y Eva culpó a la serpiente por haberla engañado. Desde entonces no hemos dejado de echarnos las culpas unos a otros.
Muchas veces, las personas sometidas a juicio aducen que se lo habían ordenado unas voces que había escuchado. A menudo declaran: «El diablo me dijo que lo hiciera». Sé que la posesión demoníaca existe. Pero dicho esto, también tengo que decir que creo que en mucho de lo que se le atribuye al diablo probablemente él no sea el responsable directo. Más bien sea el resultado de trastornos emocionales o psicológicos que, a menudo, se pueden aliviar con medicación.
Cuando Jesús envió a los setenta en su misión, les dio poder sobre los demonios. A su regreso exclamaron: «¡Hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre!» (Luc. 10:17). Presentar batalla al diablo despierta fascinación; cuando combatimos contra nuestros malos hábitos y nuestras debilidades, se nos dispara la adrenalina.
Pero, de hecho, no podemos recurrir a la excusa de que el diablo nos obligó a hacerlo, porque él es un enemigo que ya fue vencido. No puede obligarnos a hacer lo que hemos decidido que no haríamos. En Juan 12:31, Jesús declaró: Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera».
Jesús, como el segundo Adán, vino a destronar al diablo y ha tomado su lugar (Apoc. 11:15). Satanás ya no tienes poder sobre nosotros ¡Alabado sea el Señor! Basado en Mateo 10: 5-15
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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