miércoles, 16 de mayo de 2012

SOLO HAY QUE MIRAR


¡Mirad a mí y sed salvos, todos los términos de la tierra! Isaías 45: 22, RV95

No son muchos los que en medio de una fuerte tormenta van a la iglesia, pero esa fría mañana de enero, Charles decide ir al culto. Pronto se da cuenta de que no podrá llegar y opta por entrar a una pequeña capilla que está más cerca de su casa. Rápidamente se percata que el servicio no será lo que está acostumbrado a presenciar: pocas personas están ahí, y el predicador no ha llegado.
Uno de los dirigentes de la iglesia sale al frente y lee de manera torpe Isaías 45:22: «Miren a mí y sean salvos, todos los términos de la tierra». Durante varios minutos solo repite estas palabras, como si no tuviera nada más que decir. Entonces ocurre algo inusual. El predicador fija la mirada en Charles, como si le leyera el corazón, y le habla directamente: «Joven, tú estás en problemas. Tu vida es miserable y siempre lo será a menos que mires a Jesús. ¡Mira a Jesús!».
Esa mañana, Charles miró a Jesús. Según él mismo contó después, por primera vez sintió que el peso de sus pecados había sido removido: «No recuerdo qué otra cosa dijo el predicador, solo sé que esa noche Dios tocó mi corazón» (William L. Barclay, And Jesús Said [Y Jesús dijo], p. 69).
Poco imaginó Charles Spurgeon que a partir de ese día, Dios lo usaría como instrumento para que miles de personas aceptaran a Cristo como Salvador. Se calcula que durante los cuarenta años que Charles Spurgeon predicó el evangelio, unas 14,000 personas aceptaron a Cristo como Salvador.
Según escribe Herbert Lockyer, Charles tenía unos 18 años cuando comenzó a predicar a Cristo (God's Witnesses. Stories ofReal Faith [Testigos de Dios: Relatos de fe real], pp. 258-265). ¿Cuál fue el secreto de su éxito, a pesar de su corta edad? Ese 6 de enero de 1850, según él escribió luego, Charles miró a Cristo, Cristo lo miró a él y, a partir de ese momento, fueron los mejores amigos.
¿Qué te parece si ahora mismo, por fe, miras a Cristo en la cruz del Calvario? Esa mirada puede marcar el inicio de una amistad que perdurará por toda la eternidad.
Señor quiero mirarte cada día, y tener la segundad de que, desde los cielos, tú también me miras.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

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