No hay nada escondido que no llegue a descubrirse, ni nada secreto que no llegue a conocerse y ponerse en claro. Lucas 8:17.
Nuestro versículo de hoy me recuerda una historia que leí en el libro de ilustraciones Treasury of the Christian World (Antología del mundo cristiano, p. 358), de A. Gordón Nasby. El relato tiene como protagonista a Edwin Booth (1833-1893), un famoso actor estadounidense del siglo XIX. Durante sus mejores años, Edwin se presentó en los escenarios más distinguidos de los Estados Unidos y de Europa. Incluso llegó a fundar su propio teatro. (Por cierto, su retiro prematuro de la actuación se produjo cuando su hermano menor, John, asesinó al presidente Abraham Lincoln, el 14 de abril de 1865).
Se cuenta que un ministro religioso quería asistir a una obra protagonizada por Edwin, pero temía que alguien de su congregación pudiera verlo. «¿Qué dirían mis feligreses —se preguntaba— si supieran que estuve en el teatro?» El caso es que el pastor se las arregló para obtener una entrevista con el famoso actor.
—¿Podría hacer arreglos para que se me permita entrar por una puerta que no sea la principal? —preguntó el pastor.
—Lo siento mucho —replicó Edwin—. No hay puertas en mi teatro a través de las cuales Dios no pueda entrar.
¡Tremendo regaño! ¿Podría yo decir lo mismo? ¿Podría yo también afirmar que las puertas de mi hogar, de mi cuarto, de mi biblioteca; los archivos de mi computadora, mi colección musical, mis revistas; en una palabra, toda mi vida está abierta para que Dios pueda entrar? Si es verdad que entre los buenos amigos no hay secretos, entonces las puertas siempre deberían estar abiertas para el Señor Jesús, nuestro mejor amigo.
¿Tú qué piensas? ¿Estás permitiendo que Jesús sea Señor de toda tu vida?. ¿O hay alguna puerta que ahora mismo estás cerrando para que él no entre?
Abramos todas las puertas. Que en nuestra vida no haya reservas para Dios. Que no haya lugares secretos. Que no quede un solo rincón al cual nuestro Padre celestial no pueda entrar.
Padre celestial a partir de hoy te abro todas las puertas de mi vida. Que la dulce influencia de tu Espíritu santifique todo mi ser.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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