Al ver que era hermoso, lo tuvo escondido durante tres meses (Éxodo 2:2).
¿Qué movió a aquella mujer a esconder a su hijo? ¿Qué le permitió ver algo especial en aquel bebé? ¿Acaso únicamente la movía el amor de madre? Estoy convencida de que la combinación del amor y la fe fue lo que motivó a Jocabed.
Su amor la llevó a proteger a su bebé de la muerte, mientras que la fe la ayudó a vencer el temor para conservarlo con vida. Esa es la misma fe que nos permite considerar a nuestros hijos como hermosos tesoros. Al apoyarnos en la fe podremos guiar a nuestros pequeños aun en medio del peligro y de la oscuridad imperantes en nuestra época.
Se han desdibujado mucho las líneas de demarcación entre el mundo y la iglesia, por ello debemos edificar un refugio, un arca en miniatura con el fin de prepararlos para que puedan enfrentar al mundo. Debemos reconocer que nuestros hijos pertenecen a Dios y estar dispuestas a resguardarlos hasta el día en que adquieran la fe y la entereza que necesitan para enfrentar las tentaciones y vencerlas.
El mismo premio que recibieron los padres de Moisés será el nuestro: hijos bendecidos y llenos del Espíritu Santo que puedan guiar a los demás en momentos de duda, instrumentos para bendecir a otros. La educación que recibió Moisés de su madre quedó grabada en su conciencia. Los años que vivió en el palacio no pudieron borrar aquellas enseñanzas, gracias a las cuales Moisés pudo echar su suerte con su pueblo y ser su libertador.
Quizá nuestros hijos no lleguen a realizar una labor tan destacada como la de Moisés. Sin embargo, al mantenerse del lado de la fe podrán ser usados por Dios para libertar a del pecado y de la maldad de este mundo. Si así lo hacen, como madres habremos realizado una labor de gran importancia: capacitar e instruir a nuestros hijos en el temor de Dios.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Lidia de Pastor
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