Recuerden esto, queridos hermanos: todos ustedes deben estar listos para escuchar; en cambio deben ser lentos para hablar. Santiago 1:19.
Albert Einstein, sin lugar a dudas el científico más importante del siglo XX, es también conocido por sus ocurrencias. Una de ellas se produjo cuando se celebró una cena en su honor.
Einstein había sido invitado para recibir un galardón por su contribución a la ciencia. Después de recibir su premio, la concurrencia comenzó a clamar: «¡Que hable! ¡Que hable!».
Aunque el programa no contemplaba un discurso del famoso científico, el presidente de la institución lo invitó a hacer uso de la palabra. En contra de su voluntad, Einstein subió al pódium. El público guardó absoluto silencio. Entonces comenzó diciendo: «Damas y caballeros, lo siento mucho pero en este momento no tengo nada importante que decirles». Dicho esto, tomó asiento. A los pocos instantes, como recordando algo que debió decir, Einstein se levantó de su asiento: «Cuando tenga algo que decirles, les avisaré».
En efecto, unos seis meses más tarde, se comunicó con el presidente de la universidad para expresarle: «Ahora sí tengo algo importante que decirles».
Cuenta el relato que entonces se llevó a cabo otra cena en su honor, en la que Einstein finalmente dio su muy esperado discurso.
En una época como la nuestra, en la que muchos quieren hablar y pocos escuchar, la experiencia de Einstein nos enseña una valiosa lección: Cuando no tengamos nada que decir, es mejor callar. Pero cuando tengamos algo importante que decir, entonces hablemos. Ya lo dijo el Sabio: «En este mundo todo tiene su hora; hay un momento para todo cuanto ocurre: [...] un momento para callar y un momento para hablar» (Ecl. 3:1,7).
Una lección no menos importante que se deriva de la anterior es que cuando sea tiempo de hablar, hagámoslo al punto y sin rodeos, pues como bien lo expresó Salomón, «el que mucho habla, mucho yerra» (Prov. 10:19).
Pidamos a Dios que nos ayude a cultivar el don del habla porque, como bien lo expresa el libro Palabras de vida del gran Maestro en la página 270, ningún otro talento puede ser de mayor bendición que este. Y pidámosle también que nos dé sabiduría para saber cuándo y cómo usarlo.
Capacítame, Señor, para saber cuándo hablar y cuándo callar.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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