«Mientras la tierra permanezca no cesarán la sementera y la siega, el frío y el calor el verano y el invierno, el día y la noche» (Génesis 8:22).
Lo reconozco, soy un hortelano impaciente. Después de plantar semillas en mi pequeño huerto, me quedo un rato, mirando. Luego, cada día, vuelvo al huerto y vuelvo a mirar durante un rato. Quiero ver salir los primeros brotes verdes.
Jesús contó una historia sobre un agricultor que sembró un gran campo de trigo. Como es natural, tuvo que arar y preparar el suelo; pero después que lo hubo sembrado, ya no podía hacer nada más para que las semillas crecieran. Quedarse de pie, mirando, sería de muy poca ayuda. Por la noche se fue a dormir y, a la mañana siguiente, cuando se levantó, ni siquiera pensó en la siembra del día anterior, se fue a hacer otras tareas. Con todo, las semillas germinaron y el trigo creció por el poder del Dios de la naturaleza.
¿Por qué contó Jesús esta historia? No quería que sus discípulos se desanimaran si veían que su predicción no obtenía resultados inmediatos. Tampoco quiere que nadie se atribuya el mérito de que personas acepten la verdad. Esta parábola iba destinada no solamente a sus discípulos, sino a todos cada uno de los obreros de Cristo, tanto del pasado como de la actualidad.
Los que trabajan por Jesús escogen dónde sembrar, reúnen los materiales necesarios, preparan la tierra, la abonan y plantan la semilla. Pero no pueden hacer que las semillas crezcan.
La semilla es el evangelio. Sembrar y recibir la Palabra de Dios con fe es obra de la gracia. El Espíritu de Dios hace que crezca mientras dormimos, cuando estamos despiertos y cuando nos ocupamos de otros asuntos (ver Job 33:15,16). Aunque los profetas ya han muerto y reposan en la tumba, la Palabra que predicaron todavía lleva a cabo su obra (ver Zac. 1:5,6).
Que la semilla crezca depende del corazón del que escucha. Nuestro trabajo como obreros de Cristo es sembrar la semilla en todos los corazones. No podemos discernir si los corazones serán o no receptivos; no es nuestra responsabilidad. Nosotros solo tenemos que sembrar. Dios ya recogerá la cosecha. Basado en Marcos 4:26-29
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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