«Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó» (Lucas 15:20).
Según un médico, un estudio descubrió que el absentismo laboral por enfermedad en los que cada mañana besan a su esposa es menor que en los que no la besan. También sufren menos accidentes de automóvil cuando van de camino al trabajo. Su sueldo es entre un 20 y un 30% superior y viven alrededor de cinco años más que aquellas parejas que ni siquiera se acarician la mejilla.
La razón, dice el doctor, es que los besucones empiezan el día con una actitud positiva. Un beso significa una especie de sello de aprobación; por lo que se cree que los que, por las razones que sean, no lo reciben cruzan la puerta con una cierta sensación de malestar consigo mismos. Tanto si usted da crédito a este estudio, como si no, un beso de despedida cada mañana no le hará daño.
Uno de los más tiernos y conmovedores besos que registra la Biblia es el beso que el padre dio a su hijo pródigo cuando este regresó a casa. La parábola se registra en Lucas 15. En el versículo 20 leemos: «Entonces se levantó y fue a su padre. Cuando aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió y se echó sobre su cuello y lo besó». Ese beso era el sello de la aprobación del padre, la evidencia de que lo amaba.
¿Acaso duda de que Dios lo ama tanto como el padre de la parábola amaba a su hijo? ¿Acaso no lo despertó esta mañana? ¿Acaso no escuchó el canto de un pájaro y vio un árbol cargado de hojas verdes? ¿Acaso de noche no ve las estrellas y de día no siente los cálidos rayos del sol? ¿Todavía necesita más pruebas? Si es así, contemple las últimas escenas de la vida de Cristo en la tierra.
Cierto monje medieval anunció que iba a predicar sobre «El amor de Dios». Cuando cayeron las sombras y la luz dejó de entrar por los ventanales de la catedral la congregación se reunió. En la oscuridad del presbiterio, el monje encendió un cirio y lo llevó al crucifijo. Primero iluminó la corona de espinas, luego las dos manos heridas y finalmente la herida en el costado causada por la lanza. En medio del profundo silencio de la congregación, apagó el cirio y abandonó el lugar. No había nada más que decir. Basado en Lucas 15:11-32
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
No hay comentarios:
Publicar un comentario