Y si alguien le pregunta: «¿Qué heridas son estas en tus manos?», él responderá: «Las recibí en casa de mis amigos» (Zacarías 13:6).
Desde la entrada del pecado, los seres humanos reciben cada vez más heridas. Existen actualmente en el mundo miles de millones de personas que sufren, así como muchos corazones que necesitan alivio. Una herida, sea física o emocional, duele y deja cicatrices. Un corazón herido no sana fácilmente; las huellas quedan, no se ven, pero están ahí. Los malos recuerdos, el odio, los deseos de venganza, las injurias recibidas en algún momento del pasado permanecen como heridas muy profundas.
El Señor tiene medios para iluminar la vida de los desconsolados. Cada una de nosotras puede emplear sus talentos para disipar las nubes de la angustia, permitiendo que penetren la luz del sol de la esperanza y la fe. Si ese es tu caso, no temas, amiga mía, Jesús todo lo conoce. Él también fue herido una vez por sus propios amigos y está dispuesto a borrar con su sangre las heridas, por muy profundas que sean. Coloca todas tus cargas en sus manos y él las aliviará.
En el estado de la Florida un niño decidió ir a nadar una tarde de verano a una laguna que estaba detrás de su casa. Su mamá desde la ventana vio con horror cómo un cocodrilo sujetaba con fuerza una de las piernas del niño. La señora alcanzó a tomar a su hijo de un brazo, arrancándolo de las fauces del cocodrilo. Después de un tiempo un periodista le preguntó al niño si estaba dispuesto a enseñar las cicatrices de sus piernas. El pequeño respondió: «Sí, pero usted debería ver las cicatrices que me dejaron las uñas de mi madre, porque no se soltó de mi brazo y me salvó la vida».
Recuerda que si tienes cicatrices en tu vida es porque Jesús te sujetó fuerte para que no cayeras. Sus manos heridas, su costado abierto, y sus pies desgarrados, abogan en favor tuyo. Tu redención fue comprada a un precio infinito. «Dios os ama. No quiere atraeros para causaros daño, ¡oh, no! Desea consolaros, derramar sobre vosotros el aceite del gozo, sanar las heridas que os ha infligido el pecado, reparar lo que Satanás ha dañado. Desea daros el ropaje de la alabanza a cambio del espíritu de abatimiento» (A fin de conocerle, p. 248).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Hilda de Farfan
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