Si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo los perdonará también a ustedes. Mateo 6:14.
¿Qué tienen en común los invitados a participar en las ceremonias de inauguraración de un evento deportivo? Tienen en común que todos son triunfadores. Por eso, el 8 de abril de 2008 ocurrió algo inusual en el estadio Fenway Park, sede del equipo Boston Red Sox (los Medias Rojas de Boston). Ese día, el invitado fue «un perdedor».
Ese «perdedor» era Bill Buckner, jugador responsable de un costoso error que contribuyó para que su equipo, los Medias Rojas, perdiera la Serie Mundial de 1986. Se jugaba el sexto partido y los Medias Rojas de Boston dominaban la serie 3-2 sobre los Mets de Nueva York. Una victoria más y Boston obtendría el campeonato que había anhelado durante más de sesenta años. Con el juego empatado en la décima entrada, Buckner dejó escapar entre sus piernas un batazo inofensivo de Mookie Wilson que permitió a los Mets anotar la carrera de la victoria. Con ese triunfo la serie se empató a tres victorias por equipo, pero al día siguiente los Mets ganaron el séptimo y decisivo juego de la serie.
Su error llegó a ser tema de canciones, poemas, chistes de mal gusto e incluso de películas. En un restaurante se vendieron emparedados que llevaban el nombre de Buckner (tenía dos rodajas de pan sin nada adentro). Su nombre pasó a la historia del béisbol como sinónimo de fracaso.
Durante 22 años, Bill Buckner cargó con su cruz. Pero ese 8 de abril del 2008, miles de fanáticos aplaudieron al verlo hacer el primer lanzamiento del juego. Durante varios minutos, el público, de pie, le tributó una larga ovación mientras muchos derramaban lágrimas de emoción. Bill había sido perdonado.
Lo más hermoso, sin embargo, es que él ya había perdonado. Al ser entrevistado después del juego, dijo: «Yo tenía que perdonar, no tanto a los fanáticos, sino en especial a los medios de comunicación, por todo el mal que me han hecho... pero los he perdonado» (www.wikipedia.org, «Bill Buckner», 10 de abril de 2008).
¿Hay personas en tu vida a quienes te resulta difícil perdonar? Recuerda que el perdón libera, no tanto al ofensor, sino al que perdona. ¿Por qué seguir siendo prisionero de tu propio rencor? Por la gracia de Dios, hoy puedes ser libre de esas cadenas.
Ayúdame, Señor, a perdonar como tú me has perdonado.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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