viernes, 5 de octubre de 2012

DANDO GOLPES AL AIRE


Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. (Santiago 1:2-3).

Ese día yo llevaba mucha prisa. Bueno, tal vez no llevaba tanta, pero no era la primera vez que los autobuses de esa línea se atravesaban en la calle para tomar pasajeros. Me impacienté y empecé a tocar la bocina de mi auto insistentemente, mientras los pasajeros subían.
Mi actitud hizo que tanto el chofer como los pasajeros se molestaran conmigo, pero no me importó: era necesario darle una lección al conductor. Así aprendería a detener su vehículo un poco más adelante, sin interrumpir la circulación hacia la avenida principal. Pero cuanto más insistía en tocar la bocina, más tiempo parecía tomarse el conductor. Después de un rato, al compartir la experiencia con mi novio, comprendí que lo que hacía era como dar golpes al aire. Malgastar tanta energía y enojarme de aquella forma era absurdo, por lo que me sentí avergonzada del pésimo testimonio que había dado.
Aquella situación me llevó a reflexionar y a preguntarme cuál había sido la causa de que mi impaciencia se convirtiera en enojo. Llegué a la conclusión de que la impaciencia es otro disfraz del egoísmo, que surge cuando creemos que los demás no hacen las cosas a nuestro ritmo, conforme a nuestras necesidades, deseos, conveniencia o capricho.
¿Te incomodas si alguien no llega a tiempo a una cita y sientes que esa persona te está robando un tiempo precioso? ¿Te desesperas porque tu hijo, o tu esposo, o tu amiga te están contando algo que no consideras importante? ¿Te enojas porque alguien viaja lentamente y tú llevas prisa? La próxima vez que te impacientes, piensa qué es lo que te hace enojar en realidad y luego eleva una oración a Dios pidiendo paciencia: él te la dará.
Hace unos días llegué a la misma intersección y de nuevo un autobús de la misma empresa estaba atravesado en la calle. Mi novio, que me acompañaba, se volteó con picardía para ver mi reacción. Pero esta vez pude sonreír diciendo: «No me voy a enojar». Le agradecí a Dios por darme su paz y porque pude lograr una pequeña victoria.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Lupita Susunaga Navarro

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