No te jactes de ti mismo; que sean otros los que te alaben (Proverbios 27:2).
Walter Riso, en su libro, Aprendiendo a quererse a sí mismo, dice: «Una de las características más determinantes y distintivas de los seres humanos, es, sin lugar a dudas, la capacidad de reflexionar sobre uno mismo. Más aún, poseemos el don de ser conscientes de nuestra propia conciencia». Luego agrega algo extraordinario: «El autoelogio es una manera de hablarte positivamente. Es una forma de contemplarte y de reconocer tus actuaciones adecuadas. No hace falta, ni es necesario, que lo digas en voz alta ni el público; serías sancionado y duramente criticado».
Seguramente Isaac Newton había leído el consejo de Salomón, porque lo seguía al pie de la letra. Newton tenía una mente tan poderosa, que uno de sus biógrafos dice que era amo y al mismo tiempo esclavo de ella.
Cuando, en una subasta, John Maynard Keynes compró un cajón lleno de papeles de Newton, se sorprendió al encontrarlo lleno de notas sobre alquimia, las profecías bíblicas y la reconstrucción de los planos del templo de Jerusalén basado en textos hebreos. Tan sorprendido quedó, que dijo: «Newton no fue la primera figura de la edad de la razón, fue el último de los magos, el último de los babilonios y los sumerios».
Cuando Newton decidió oponerse a la descripción algebraica que hizo Descartes del movimiento, necesitó elaborar una dinámica escrita de forma alternativa al álgebra. Pero como todavía no era matemáticamente factible, inventó una nueva rama de las matemáticas, el cálculo infinitesimal. Era geometría en movimiento. Las parábolas e hipérbolas que Newton trazó en papel podían analizarse como un punto en movimiento.
Pero durante veinticinco años no quiso publicarlo. La razón es que tenía miedo de que la publicación lo hiciera famoso y, entonces, la fama limitara su vida privada. En 1670 dijo en una carta: «No veo qué hay de deseable en la estima pública, si yo pudiera adquirirla y mantenerla. Quizás aumentaría mis relaciones, que es precisamente lo que quiero evitar».
No busques la fama. En vez de eso, procura ser útil. Ponte como objetivo hacer lo mejor en tu círculo de amigos, no para que te reconozcan sino para ser más útil. Cuanto mayor es la persona, menos procura el reconocimiento humano. Dos ejemplos son buenos, pero con uno basta: Isaac Newton y, antes, Jesús de Nazaret.
Cuan sabias son estas palabras: «No te jactes de ti mismo; que sean otros los que te alaben».
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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