viernes, 15 de marzo de 2013

EN LAS HUELLAS DE CRISTO


Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, ...que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres. Filipenses 2:5-7.

El Hijo... había dejado sus riquezas, y honor, y gloria, y había revestido su divinidad con humanidad para que la humanidad se aferrase de la divinidad y llegara a ser partícipe de la naturaleza divina. No vino a vivir en los palacios de los reyes, sin preocupaciones ni trabajo, ni para disponer de todas las comodidades que naturalmente ansia la naturaleza humana. El mundo nunca vio a su Señor enriquecido. En los concilios del cielo había elegido permanecer en las filas de los pobres y oprimidos... y aprender del oficio de su padre terrenal. Vino al mundo para ser un reconstructor del carácter, e introducía en toda su obra de construcción la perfección que deseaba lograr en los caracteres que estaba transformando por su poder divino.
Tampoco rechazó la vida social de sus compatriotas. Para que todos se familiarizaran con Dios manifestado en la carne, se mezclaba con toda clase social, y fue llamado amigo de pecadores. En sí mismo, Cristo poseía un derecho absoluto a todas las cosas, pero se entregó a una vida de pobreza para que pudiésemos ser ricos en tesoros celestiales. Aunque era comandante en la corte celestial, tomó el lugar más bajo sobre la tierra. Era rico, pero por nosotros se hizo pobre...
Por un tiempo reducido, el Señor le permite a su pueblo que sean sus mayordomos, para probar su carácter. En ese tiempo ellos deciden su destino eterno. Si obran en oposición a la voluntad de Dios, no pueden pertenecer a la familia real...
La evidencia de la obra de la gracia en el corazón se produce cuando hacemos el bien a todos según la oportunidad. La prueba de nuestro amor está en un espíritu semejante al de Cristo, buena voluntad para impartir las cosas buenas que Dios nos dio, la disposición para practicar la abnegación y el sacrificio propio a fin de ayudar en el avance de la causa de Dios y a la humanidad sufriente. Nunca deberíamos pasar de largo junto al objeto que apela a nuestra generosidad...
El Señor empleará a todos los que se entreguen para ser usados. Pero él requiere un servicio de corazón... Cuando se da el corazón a Dios, nuestros talentos, nuestra energía, nuestras posesiones, todo lo que tenemos y somos, serán dedicados a su servicio.— Review and Herald, 15 de mayo de 1900.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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