El hombre prudente no muestra lo que sabe, pero el corazón de los necios proclama su necedad (Proverbios 12:23).
Fue Juan Valera quien dijo: «La palabra es la primogénita del espíritu». O sea que la palabra es el producto más genuino del espíritu humano. En realidad, desde el punto de vista natural, somos humanos gracias al lenguaje. La capacidad de hablar es la evidencia más convincente de nuestra condición humana. Como dijo Aristóteles: «El hombre es un ser de palabra».
Por esta causa la literatura sapiencial pone tanto énfasis en la importancia de la palabra. Por ejemplo, Proverbios 25:11 dice: «Como manzanas de oro con figura de plata son las palabras dichas a tiempo». Es decir que la palabra vale mucho, es muy importante, por eso el sabio «refrena sus palabras» (Prov. 19:27). Si valen tanto, hay que usarlas con cuidado. No abramos demasiado la boca porque Jesús, el hijo de Dios y el más grande de los hombres, dijo: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mat. 12:34). Esto equivale a decir que si el sabio tiene el corazón lleno de sabiduría, cuando habla, expresa palabras sabias, prudentes, discretas, dignas de ser dichas, y por lo mismo, son «bendición para quienes escuchan» (Efe. 4:29).
En cambio al necio, que suele ser ignorante, no le conviene hablar, porque cada vez que abre la boca dice a todos que es necio y «escupe necedades» (Prov. 15:2).
Quizá pensando en eso, un sabio maestro dijo una vez: «El que abre demasiado la boca muestra su ignorancia». Como es natural, aunque sea necio e ignorante, cuando calla «pasa por sabio» y «prudente» (Prov. 17:28).
Estos principios nos indican que jamás daremos demasiada importancia a hablar con cuidado y escuchar con atención. Recuerda que el que habla se compromete; pero el que escucha aprende. Por eso el sabio prefiere escuchar antes que hablar. Si el que habla es necio, decide callar para no responder al necio «según su necedad» (Prov. 26:4). Y si el que habla es sabio, escucha con gusto porque aprenderás y serás más sabio.
En toda esta declaración divina de sabiduría queda establecido un principio: «El que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua» (Prov. 10:19). Decide vivir la prudencia del silencio y la cultura de las palabras que son «como manzanas de oro» por lo que dicen y por quién las dice.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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