Padre, quiero que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy. Que vean mi gloria, la gloria que me has dado porque me amaste desde antes de la creación del mundo (Juan 17:24).
Troy es nuestro perro. Su padre es un schnauzer y su madre, una cocker spaniel. Tiene el cabello de color negro brillante, un tamaño casi mediano, la mirada traviesa y un comportamiento juguetón. Nos costó menos de cinco dólares; sin embargo, lo amamos profundamente.
Hace varios años había prometido a mis hijos que les compraría un cachorrito cuando terminara de estudiar, y nos mudáramos a una casa con un patio donde ellos pudieran cuidarlo. En ese tiempo vivíamos en Berrien Springs, Michigan, y cada vez que íbamos al centro comercial de South Bend, la ciudad más cercana, nuestros hijos no nos permitían pasar por alto el ritual de entrar en la tienda de mascotas, donde podían jugar durante algunos minutos con su cachorrito preferido. Todos nos divertíamos con los cachorros, pero nuestros hijos disfrutaban especialmente el momento como un adelanto del futuro prometido. Años después, llegó el feliz día en que pudieron elegir un cachorro. De entre la camada escogieron al más tranquilo de todos. Pero este resultó ser el primer engaño del cual fuimos víctimas. Troy resultó ser un perro hiperactivo, inteligente, desobediente y mal guardián. No obstante, mis hijos lo quieren porque a él le encanta jugar con ellos; y nosotros, porque ellos son felices con él.
Hace algún tiempo Troy hizo algo extraordinario. Adoptó un gato que no tenía lugar y estaba flaco y desnutrido. Le tomó tanto cariño que le permitía dormir en su casa, compartir su plato de comida y le hacía con el hocico los mismos cariños que nosotros le hacíamos a él. Después de un tiempo decidimos adoptar al gato en nuestra familia y le pusimos por nombre Sid. Gracias a Troy, Sid disfrutó de todos los beneficios de un hogar, protección, comida, abrigo, medicina y cariño.
Troy me recuerda lo que Jesús hizo por nosotros. Nos adoptó como sus hermanos y compartió con nosotros lo que era suyo. Le dijo a su Padre que él quería vivir con nosotros para siempre (por eso Dios nos da vida eterna) y compartir con nosotros su herencia (una tierra nueva). Tú y yo podemos recibir esos beneficios si aceptamos el amor de Jesús y somos leales a él.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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