No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. 1 Juan 2:15.
Vemos belleza, atractivo y gloria en Jesús. Contemplamos en él encantos incomparables. Él era la Majestad del cielo. Él llenaba todo el cielo con esplendor. Los ángeles se postraban en adoración ante él y obedecían prontamente sus mandatos. Nuestro Salvador dejó todo. Depuso su gloria, su majestad y esplendor, y descendió a esta tierra y murió por una raza de rebeldes que eran transgresores de los mandamientos de su Padre. Cristo condescendió a humillarse para salvar a la raza caída; bebió la copa del sufrimiento y en su lugar nos ofrece la copa de la bendición. Sí, esa copa fue agotada por nosotros; y aunque muchos saben todo esto, igualmente escogen seguir en el pecado y la vanidad; y aun así Jesús los invita. Les dice: "El que quiera, venga y tome del agua de vida gratuitamente"...
Las verdades de la Palabra de Dios deben ser presentadas antes nosotros, y debemos aferramos a ellas. Si hacemos esto, tendrán una influencia santificadora sobre nuestra vida; nos equiparán para que podamos estar preparados para el reino de gloria; para que cuando concluya nuestro tiempo de gracia, podamos ver al Rey en su hermosura y morar en su presencia para siempre...
Dios requiere la fortaleza del ser entero. Requiere de usted una separación del mundo y las cosas del mundo. "No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1 Juan 2:15). Se requiere la separación del amor al mundo, ¿y qué se le da en su lugar? "Seré para vosotros por Padre" (2 Cor. 6:18). ¿Debe separarse del afecto de sus amigos? ¿Requiere la verdad que usted permanezca solo en su posición para servir a Dios porque otros no están dispuestos a ceder a las demandas que Cristo les hace? ¿Requiere separarse de ellos sentimentalmente? Sí, y esta es la cruz que usted debe llevar, que lleva a muchos a decir "no puedo ceder a las exigencias de la verdad". Pero Cristo dice: El que ama a padre o madre, o hermano o hermana, más que a mí, no es digno de mí. El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz y sígame (ver Mat. 10:37, 38). Aquí está la cruz de la negación y el sacrificio, la separación en los afectos de los que no cedan a las exigencias de la verdad. ¿Es este un sacrificio demasiado grande por Aquel que lo sacrificó todo por usted?— Review and Herald, 19 de abril de 1870.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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