Y todo lo que hagan, de palabra o de obra, háganlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él. Colosenses 3:17.
Hace algún tiempo comencé a observar que una sección del césped de mi jardín había perdido su verdor. Se veía amarillento y pronto se marchitó hasta morir. En la siguiente visita que el jardinero hizo a mi casa le pregunté la razón de aquello. Él me dijo, después de reflexionar un poco: «Es por la gallina ciega». Ese es uno de los nombres con que se conoce a cierto escarabajo del género Phyllophaga. El jardinero me explicó que ataca la raíz de las plantas hasta hacerla morir. Durante algún tiempo estuve tratando de acabar con aquella plaga utilizando insecticidas. No obstante, aunque la situación mejoraba por un tiempo, el resultado era el mismo: la planta moría. Entonces, sin otro recurso, seguí el consejo del experto: quitar el césped enfermo y sembrar semillas nuevas.
Ese incidente doméstico me hizo pensar en el efecto de los malos hábitos sobre nuestra vida. Llegan a nosotras y se van introduciendo poco a poco en nuestra rutina diaria, hasta llegar a formar parte de nuestra personalidad. Una vez instalados ahí, hacen su trabajo silencioso aunque destructivo, hasta que llegan a formar parte de nuestro estilo de vida. Podríamos pensar que un mal hábito quizá desaparezca con algo de dominio propio, pero en ocasiones se tornará más fuerte hasta que se apodere de nuestra vida. Los estudiosos de la conducta humana aseguran que un mal hábito únicamente puede eliminarse si lo reemplazamos por otro. Es parecido a lo que sucedió en mi jardín: tuve que quitar de raíz la hierba y sembrar en su lugar nuevas plantas.
Los malos hábitos nos esclavizan, dominan nuestro comportamiento hasta llevarnos a la destrucción total. No intento ser sensacionalista, pero esta es la realidad, aunque nos parezca exagerada. Algunos mentirosos, ladrones, delincuentes y estafadores quizá comenzaron su mal proceder muy temprano en la vida, y todo ello se fue afianzando por medio de la repetición de dichos actos negativos.
Se dice que una acción repetida, continua y constante toma aproximadamente quince días para convertirse en un hábito. Cuanto más repitamos la misma conducta, más fuertes se volverán nuestros ismos. Por eso deseo invitarte a desarraigar, con la ayuda de Dios y con determinación personal, todo hábito pernicioso que pueda haber en tu vida antes de que te destruya.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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