Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Mateo 11:29.
Cristo es el Autor de toda verdad. Toda concepción brillante, todo pensamiento de sabiduría, toda capacidad y talento, son dones de Cristo. Él no tomó ideas nuevas de la humanidad, porque es el originador de todo. Pero cuando vino al mundo, encontró las brillantes gemas de verdad que había confiado al hombre sepultadas en la superstición y la tradición. Las verdades de la importancia más vital estaban colocadas en el marco del error para servir al propósito del archiengañador. Las opiniones humanas, los sentimientos más populares de la gente, fueron lustrados exteriormente con la apariencia de la verdad, y fueron presentados como las gemas genuinas del cielo, dignas de atención y reverencia. Pero Cristo barrió las teorías erróneas. Nadie, salvo el Redentor del mundo, tenía poder para presentar la verdad en su pureza primitiva, desprovista del error que Satanás había amontonado para ocultar su belleza celestial.
Algunas de las verdades que Cristo habló eran conocidas por el pueblo. Las habían escuchado de labios de sacerdotes y gobernantes y de personas pensantes; pero a pesar de todo esto, eran distintivamente los pensamientos de Cristo. Las había encomendado en confianza a la gente, para ser comunicadas al mundo. En cada ocasión proclamó la verdad particular que creía apropiada para las necesidades de sus oyentes, ya que hubieran sido expresadas antes o no.
La obra de Cristo consistió en tomar la verdad que la gente necesitaba y separarla del error para presentarla libre de las supersticiones del mundo, a fin de que la gente la aceptara por su propio mérito intrínseco y eterno. Dispersó la niebla de la duda para que la verdad pudiera ser revelada y arrojara rayos luminosos en las tinieblas de los corazones de los hombres. ¡Pero cuan pocos aprecian el valor de la obra que Cristo hacía! ¡Cuán pocos en nuestro día tienen un concepto justo de la preciosidad de las lecciones que él dio a sus discípulos!
Él demostró ser el camino, la verdad y la vida. Buscaba atraer las mentes de los placeres efímeros de esta vida a las realidades invisibles y eternas. Las vislumbres de las cosas celestiales no incapacitan a los hombres y mujeres para los deberes de esta vida, sino que los hacen más eficientes y fieles.— Review and Herald, 7 de enero de 1890; parcialmente en A fin de conocerle, p. 209.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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