Desde Sidón zarpamos y navegamos al abrigo de Chipre, porque los vientos nos eran contrarios (Hechos 27: 4).
Desde los días del apóstol Pablo hasta Michael Belina Czechowski, la vida de los misioneros no fue fácil. La vida de este último misionero fue más difícil porque ni los mismos adventistas lo apoyaron. Czechowski fue, cuando menos, un adventista muy interesante. Después de obtener el apoyo de los adventistas del primer día para su empresa misionera, zarpó rumbo a Italia donde predicó las doctrinas adventistas del séptimo día. Salió el 14 de mayo de 1864, exactamente diez años antes de que partiera el primer misionero oficial de la Iglesia Adventista hacia el extranjero.
Durante catorce meses Czechowski trabajó entre los valdenses de los Alpes italianos. Allí bautizó a varios creyentes y organizó el primer grupo de adventistas observadores del sábado fuera de Norteamérica. Pero una oposición cerrada lo hizo huir a Suiza donde predicó de casa en casa y en edificios públicos; asimismo, comenzó la publicación de una revista titulada L'Evangile eternei [El evangelio eterno]. Cuando salió de Suiza, en 1868, dejó atrás cuarenta nuevos creyentes reuniéndose en varios grupos.
No conociendo con certeza lo que estaba enseñando, pero sabiendo que había sido ignorado por los adventistas del séptimo día, sus patrocinadores adventistas del primer día encomiaron elocuentemente las virtudes de Czechowski y siguieron apoyándolo económicamente. Czechowski predicó el mensaje adventista del séptimo día en Rumania, Hungría y otros países de Europa. Cuando murió en Austria, en 1876, había puesto el fundamento de la futura misión adventista en Europa.
Para fines del año 1869 la Iglesia Adventista del Séptimo Día había descubierto la naturaleza de la misión europea de Czechowski y vio la mano de Dios en la obra que este misionero había llevado a cabo. Durante el congreso de la Asociación General de 1870, los dirigentes de la iglesia reconocieron oficialmente la mano de Dios en su misión: «Como consecuencia de nuestros temores para confiar nuestro dinero al hermano Czechowski, y nuestro incumplimiento de nuestro deber de instruirlo cuidadosamente en el uso adecuado de los fondos sagrados, Dios utilizó a nuestros decididos opositores para llevar adelante la obra [...]. Reconocemos la mano de Dios en todo esto».
Los hombres de Dios, antiguos y actuales, han llevado a cabo la misión que Dios encomendó a su iglesia. Y tú, ¿quieres participar en esta gran misión?
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
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Por Félix H. Cortez
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