Es imposible elevarse sobre los demás sin dignidad de carácter. Philip D. Chesterfield
Cuando conocí el evangelio, a los 17 años, quise comprarme mi primera Biblia, así que fui a una librería y comencé a hojear varias. Yo no entendía nada de versiones bíblicas, pero enseguida me saltó a la vista una que tenía textos en rojo, y me detuve en aquellas páginas que destacaban sobre las demás; quería saber por qué eran diferentes. Al leer detenidamente me di cuenta de que lo que estaba en rojo eran las palabras que Jesús había pronunciado. Destacaban del resto de la Biblia al primer vistazo, igual que habían destacado de entre las de los demás cuando las pronunció durante su vida.
Jesús se salía del patrón, destacaba en todas las cosas, no calzaba en normas ni convencionalismos sociales. Aunque no buscaba destacar (pese a ser el único realmente destacable), tampoco pretendía encajar ni ser aceptado. Jesús simplemente brillaba con la luz de la verdad reflejada en un carácter acorde con los principios de Dios. Jesús dependía del Padre y por eso multitudes pudieron conocer a Dios casi como si lo hubieran visto personalmente: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
¿Y nosotras? ¿Queremos encajar, o destacar? ¿Estamos moldeando nuestro carácter de acuerdo al ejemplo que ha dejado Jesús? ¿Pueden los demás, cuando observan nuestros hechos y palabras, darse cuenta de que escribimos con una tinta distinta? ¿O nos hemos adaptado a los conceptos superficiales, materialistas y trillados de la mayoría de la gente y escribimos con la misma tinta monótona y desapercibida que los demás? Estas son preguntas que hemos de formulamos, pues nosotras somos el gancho que Dios utiliza para atraer al mundo hacia sí. Hemos sido llamadas a reflejar el carácter de Dios, y si no lo hacemos, ¿cómo se convertirán las personas que no lo conocen?
El apóstol Pablo dijo: “No imiten las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejen que Dios los transforme en personas nuevas al cambiarles la manera de pensar” (Rom. 12:2, NTV). Si nuestras vidas se escriben en el mismo color que las de los demás, nuestro testimonio no será eficaz. Para elevamos sobre los principios de este mundo de modo que podamos mostrar los principios del reino de Dios, hemos de pedirle que nos transforme en personas nuevas, originales y más espirituales, mediante un cambio total de mentalidad. Necesitamos un nuevo carácter parecido al de Cristo, que destaque como destacó el suyo.
“Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre [Jesús] habla” (Juan 7:46, BA).
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
#AnteTodoCristiana #MeditacionesMatutinas
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