“Desde el mediodía y hasta la media tarde quedó toda la tierra en oscuridad. A las tres de la tarde Jesús gritó a voz en cuello: ‘Eloi, Eloi, ¿lama sahactani?’ (que significa: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?’ ” Marcos 15:33, 34, NVI
He oído algunos gritos humanos. Como padre he oído a mis hijos expresar con gritos su dolor o su temor. Como pastor he recorrido pasillos de hospital y he escuchado los gritos de dolor tras puertas cerradas. Pero nunca he oído el ostensible terror total del grito del Gólgota: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” Ese grito “con voz potente” (el griego pone Jone megale, de donde deriva nuestra palabra “megáfono”) no fue ningún gimoteo. Sin duda, como grito final suyo, fue un “grito agudo y atroz” (Signs of the Times, 14 de abril de 1898).
¿Qué es este terror, procedente del centro de la cruz, relacionado con el abandono de Dios? ¿Podría ser que Jesús capta en la oscuridad la aproximación silenciosa y escurridiza de la segunda muerte, esa muerte que es eterna, esa muerte de la que hasta ahora nadie ha sido testigo en lugar alguno del universo? Llamada muerte “segunda” en Apocalipsis 20:6 y muerte “eterna” en Romanos 6:23 (como antítesis de “vida eterna”), ¿era el terror anónimo de este enemigo sin nombre lo que desencadenó el ostensible grito de Cristo?
La fúnebre oscuridad sobrenatural que rodeó su cruz era evidencia de que la separación contra la que Jesús había rogado en el huerto se estaba produciendo ahora. “Dios mío, Dios mío”. Ahora no hay ningún “¡Abba, Padre!”, se sentía solo, Aquel con el que había compartido la eternidad pasada se había ido. “¿Por qué me has abandonado?” Pero ese grito no recibe respuesta alguna, salvo el silencio de la tumba en la oscuridad de la cruz. Ha sido cortado para siempre. Los prelados burlones y la chusma tenían razón. “A otros salvó, pero a sí mismo no se puede salvar” (Mat. 27:42). Y esa es la verdad evangélica. Porque si se hubiese salvado a sí mismo aquella tarde de viernes, eso sería todo lo que se salvaba. Solo él. Es la incomprensible verdad del amor divino, el amor de Dios en Cristo, lo que le impidió salvarse a sí mismo, llevándolo en lugar de ello a sacrificarse por los siglos de los siglos, solo por salvar a pecadores como tú y yo. Ni siquiera su grito en la oscuridad pudo hacerlo cambiar de opinión ni dar marcha atrás a su elección. El Dios que nos eligió al principio nos escogió al final, cuando para él todo acabó aquella tarde.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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