“Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable. Ustedes antes ni siquiera eran pueblo, pero ahora son pueblo de Dios; antes no habían recibido misericordia, pero ahora ya la han recibido” 1 Pedro 2:9, 10, NVI
¿Sabe esta generación en nuestra comunidad de fe que ha sido elegida? ¿Saben tan siquiera sus integrantes que forman parte de un movimiento que ha sido suscitado por Dios tan seguramente como suscitó a los hijos de Israel hace mucho? Me fijo en los tres mil quinientos alumnos de la universidad en la que sirvo y me pregunto si son conscientes de que su generación tiene el impresionante potencial de ser el movimiento que “entre” en la tierra prometida… sin ver la muerte.
Tengo amigos que nacieron en la posguerra que vacilan siempre que se menciona el tema de la elección. Y me identifico con ellos. Después de todo, algunos crecimos en iglesias en las que se proclamaba esta noción de “los elegidos” como una especie de consigna de “Somos mejores que todos los demás”. Y, tristemente, el hincapié en el pedigrí de la verdad “exclusiva” apartó a esas congregaciones de sus comunidades y, desde luego, no ganó a mucha gente para Jesús.
Sin embargo, la reacción contraria es igual de equivocada. No querer ofender a nadie y ser aceptado por la sociedad y el mundo puede ser bien intencionado, pero cuando echa por la borda el reconocimiento bíblico de un “linaje escogido”, como recalca Pedro con tanta claridad en nuestro texto, y cuando rechaza la suscitación divina y apocalíptica de un movimiento, entonces esa reacción de los bebés de la posguerra ¡acaba descartando el grano junto con la paja!
Quizá temamos lo que observa con perspicacia Richard John Neuhaus: “Los elegidos por Dios viven el drama y el destino del propio Dios. Es temible ser elegido. Es como si Dios entrara en la historia a través de sus elegidos” (Death on a Friday Afternoon, p. 138).
Negar la elección divina es negar la fundamentación bíblica que se extiende desde el Génesis hasta el Apocalipsis. Sí, “es temible ser elegido”. Porque ningún movimiento de la tierra ha estado nunca a la altura de ese elevado llamamiento ni ha sido digno del mismo. No obstante, es un llamamiento divino. Y a quien Dios llama, sin duda, lo capacita.
Así que, en vez de disculparnos por el llamamiento divino, la respuesta apropiada puede ser inclinarnos humildemente ante Aquel que nos eligió antes de que naciéramos y comprometernos a seguir por la senda que nos señala.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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