“Pues muchos son los llamados, pero pocos los elegidos’’. Mateo 22:14, NTV
Habla una vez un rey muy enfermo. Estaba tan mortalmente enfermo que su amigo, el profeta, fue a visitarlo hasta su lecho con el funesto dictamen de que era el momento de que el rey redactara su última voluntad personal y de que pusiera su casa en orden, ya que la muerte sería el siguiente visitante que llamase a la puerta real. Nada más irse el profeta, el bondadoso rey volvió su rostro hacia la pared y rompió a llorar en un sollozante ruego a Dios. Y Dios, que puede ser más compasivo que quien comunica un pronóstico médico, detuvo al profeta antes de que saliera del palacio. “Vuelve y di a mi amigo que voy a prolongar su vida otros quince años”. Y, como confirmación (porque algunas reversiones médicas precisan evidencia empírica), la sombra del reloj de sol ¡dio marcha atrás diez grados!
Tan contento como un condenado a muerte con un indulto presidencial, el rey Ezequías se aprestó a vivir sus quince años adicionales con gozoso entusiasmo. Y también, desgraciadamente, con muy poca memoria. Porque cuando apareció una delegación de emisarios babilonios a la puerta del mismo palacio entusiasmados con la noticia de la milagrosa curación del rey, Ezequías se sintió tan halagado por su atención que desaprovechó la oportunidad de oro de testificar sobre el Dios que lo había curado de forma sobrenatural. En vez de ello, el rey les dio una visita guiada por su tesorería real. Y así los embajadores gentiles, que habían acudido a interesarse por el Dios de Israel, volvieron a su país, en vez de ello, con un mapa al oro de Judá (un mapa que vino muy bien unas décadas después cuando saquearon Jerusalén y se llevaron el oro).
Da que pensar, ¿verdad? ¿Cuán prestos estamos tú y yo a señalar a Dios como fuente de nuestros éxitos? Cuando, mientras comemos un bocadillo en el comedor o leemos un libro en la biblioteca o junto a la valla del jardín trasero en casa, se nos pregunta la razón de nuestro éxito, qué fácil resulta objetar con una humildad de ingenuidad fingida en cuanto a nuestra capacidad, cuando, en realidad, se nos acaba de brindar en bandeja de oro una oportunidad de señalar a nuestro Dios. ¡Puede que no debiéramos ser tan duros con el buen rey Ezequías!
Camino a la cruz, Jesús tenía razón. “Muchos son los llamados, pero pocos elegidos”. ¿No te parece que la razón por la que tan pocos son elegidos es que muchos que son llamados han olvidado que lo esencial de las bendiciones es señalar al que bendice? Por eso Dios contó con sus elegidos al principio, y por eso contará con sus elegidos al final: para que lo señalen ante el mundo.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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