Mentir poco no es posible; el que miente, miente en toda la extensión de la mentira. Víctor Hugo
Siendo adolescente, Arun Gandhi, nieto de Mahatma Gandhi, llevó a su padre a la ciudad para que asistiera a una conferencia. Para que aprovechara el tiempo, su madre le había pedido que hiciera varios recados, y su padre que llevara el auto al taller. Al despedirse, el papá le dijo: “Recógeme aquí a las cinco”. Tras terminar los encargos, Arun se fue al cine y se olvidó del tiempo, hasta las 5:30. Entonces, nervioso, corrió al taller, recogió el auto y file a buscar a su padre.
“¿Por qué llegas tarde?”, preguntó el papá con ansiedad. “Porque el auto no estaba listo y tuve que esperar a que terminaran de arreglarlo”, respondió el joven. Pero su padre había llamado al taller. “Algo he hecho mal al educarte, porque no tienes la confianza de decirme la verdad -dijo-. Voy a reflexionar en qué es lo que he hecho mal mientras camino de vuelta a casa”. Así que, vestido de traje, recorrió a pie los 30 km de distancia. Su hijo manejó durante cinco horas y media detrás de él para alumbrarle el camino y no dejarlo solo. Todo, por una mentira.
Muchos estaríamos tentados a pensar que la cosa no era para tanto, que la medida fue demasiado drástica, o que una mentira piadosa para evitar un castigo o un daño a sí mismo no es tan grave.
Sin embargo, esa sería una conclusión mundana, no apoyada en el claro “no mentirás” bíblico. Tampoco apoyada por el Espíritu de Profecía, que afirma tajantemente: “Todo intento o propósito de engañar a nuestro prójimo, están incluidos en este mandamiento. La falsedad consiste en la intención de engañar. Mediante una mirada, un ademán, una expresión del semblante, se puede mentir tan eficazmente como si se usaran palabras. Toda exageración intencionada, toda insinuación o palabras indirectas dichas con el fin de producir un concepto erróneo o exagerado, hasta la exposición de los hechos de manera que den una idea equivocada, todo esto es mentir” (Patriarcas y profetas, cap. 27, p. 281).
Recordemos este principio cuando nos veamos tentadas a exagerar, omitir, o engañar en cualquier forma. Sobre todo enseñémoslo a nuestros hijos. Hagámosles saber que mentir no es una broma, y que no existen mentiras pequeñas, ni piadosas, ni veniales.
“No digan mentiras como la mayoría de la gente. Digan la verdad” (Éxo. 23:2, TLA
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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