Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Mateo 5:9.
Mientras David y sus hombres estaban en el desierto de Parán, protegieron a los pastores y los rebaños de un rico granjero llamado Nabal. Era época de la trasquila, cuando la mayoría de los granjeros estaban más dispuestos a la hospitalidad. David envió a algítnos de los jóvenes a preguntar a Nabal si podían tomar algunos de sus bienes. Estaban en extrema necesidad de comida y ropa. David no había tomado nada de los rebaños de Nabal. Había sido honesto, y era justo que Nabal retribuyera el servicio amable.
Pero Nabal era un hombre tan egoísta y tacaño que rehusó darle alguno de sus bienes. “¿Quién es David? Hoy en día hay muchos siervos que huyen de sus amos. ¿Tendría que darle de mis bienes a alguien que ni siquiera conozco?”
Cuando David escuchó esto, se enojó tanto que se olvidó del amor de Dios. Actuando más como Saúl, ordenó a sus hombres alistarse para matar a Nabal y a sus hombres. Con el mal genio en aumento, David y sus hombres salieron en dirección a la casa de Nabal para vengarse.
Mientras tanto, se le contó a la esposa de Nabal, Abigail, lo que había pasado. Sin detenerse a hablar con su marido, esta mujer atenta, percibiendo la situación peligrosa, se apresuró, tan rápido como pudo, para encontrarse con David.
Mandó a sus siervos adelante con doscientos panes, doscientas tortas de higo, cien racimos de pasas, cinco ovejas, cinco medidas de maíz tostado y dos odres conjugo de uva. Cuando Abigail se encontró con David, se inclinó ante él. Luego, con su voz suave y tranquilizadora, se dirigió a él como si fuera el gobernador de Israel, asegurándole que los comentarios insultantes de su marido eran simplemente un estallido de un hombre infeliz y egoísta, y que de ninguna manera tenían la intención de ser una amenaza personal.
Las palabras de Abigail calmaron los sentimientos irritados de David. Ella mostró que había aprendido del Señor. El Espíritu de Dios estaba en su corazón. Como la fragancia de una flor, su rostro, sus palabras y sus acciones trajeron, inconscientemente, una influencia celestial.
Impresionado por su habilidad para hacer la paz, David sintió que el enojo lo abandonaba. Se estremeció cuando pensó en cuán cerca había estado de cometer un acto terrible que lo habría perseguido por el resto de su vida.
¡Cuán nobles, cuán maravillosos son los pacificadores que discretamente desvían el mal genio!
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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