“Vosotros, pues, oraréis así: ‘Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores’ ”. Mateo 6:9-12
Una de las grandes historias de perdón en esta era moderna es la biografía de Nelson Mándela, nombre conocidísimo aún en toda la República de Sudáfrica. He estado en su pequeñísimo hogar de Soweto, donde se sembraron las semillas de su visión para la libertad de su pueblo y de todos los pueblos. La imagen en blanco y negro de un joven Mándela, que miraba al exterior a través de los barrotes de la prisión de la Isla Robben, se difundió al mundo cuando, después de veintisiete años de encarcelamiento, perdonó a su carcelero y se alzó para llevar a su país a la reconciliación y al perdón nacionales.
Dos mil años antes se desarrolló la mayor de todas las historias de perdón en el drama atroz y carmesí en la cima del Gólgota, cuando, con respiración torturada, Jesús oró pidiendo el perdón no solo de sus carceleros, sino el de sus acusadores, sus jueces y sus verdugos: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Luc. 23:34). Considera este profundo comentario de El Deseado de todas las gentes sobre la oración elevada por el Señor en el Calvario: “Esa oración de Cristo por sus enemigos abarcaba al mundo. Abarcaba a todo pecador que hubiera vivido desde el principio del mundo o fuese a vivir hasta el fin del tiempo. Sobre todos recae la culpabilidad de la crucifixión del Hijo de Dios. A todos se ofrece libremente el perdón. ‘El que quiere’ puede tener paz con Dios y heredar la vida eterna” (cap. 78, p. 707; la cursiva es nuestra). ¿Te has fijado? Tú y yo fuimos perdonados aquel viernes hace tanto tiempo en el segundo Padrenuestro.
No es de extrañar que el primer Padrenuestro, en griego, diga literalmente: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores”. Y, por eso, el único comentario que Jesús hiciera vez alguna sobre su oración modélica la sigue inmediatamente: “Por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mat. 6:14, 15). ¿A qué se debe ese lenguaje tan directo en el primer Padrenuestro? A la profunda promesa del segundo Padrenuestro. Si cada pecado tuyo y mío quedó cubierto por la oración pronunciada por Jesús en la cruz en procura de perdón, ¿no debería nuestro corazón, perdonado con tanta generosidad, perdonar a los que han pecado o siguen pecando contra nosotros? ¿Como Mándela? ¿Como Jesús?
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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