“Quédense quietos, reconozcan que yo soy Dios”.
Cuenta Max Lucado que un grupo de jóvenes habían ido al cine y estaban acomodados en sus butacas cuando a uno se le ocurrió salir a comprar algo de comer. Al regresar a la sala, las luces estaban apagadas y no podía encontrar a sus amigos. Subió y bajó los pasillos mirando en todas direcciones, pero cuanto más lo intentaba, más se perdía. Entonces se colocó delante de la pantalla y gritó: “¿Me reconoce alguien?”*
A veces, en la vida, a mí me sucede igual. Vivo acomodada en mi butaca cuando, de pronto, me veo rodeada de oscuridad. Puede tratarse de circunstancias que me son ajenas; de un pecado que he cometido tras haberme propuesto no caer más en él; de un error que me ha traído consecuencias insospechadas; de una relación fallida… El caso es que, hundida en la oscuridad, me cuesta encontrar el camino, percibir dónde se encuentra Dios y llegar a los demás. Mi única forma de salir es la que se le ocurrió a este muchacho: rendirme, ponerme donde Dios me pueda alcanzar, y pedirle: “¡Por favor, ayúdame!”
No sé a ti, pero a mí me pasa que, cuando me pierdo un poco espiritualmente, intento encontrar el camino por mí misma, y lo que me sucede es paradójico: cuanto más busco una salida, más me pierdo.
Intento resolver mis problemas, como Abraham o Jacob, haciendo lo que creo que es lo mejor, pero entonces las cosas se me complican más. Otras veces evado las circunstancias refugiándome en el trabajo, al fin y al cabo trabajo con literatura cristiana, es fácil caer en la tentación… pero esas horas dificultan a Dios poder llegar hasta mí. Tus formas de luchar contra la oscuridad y tus vías de escape pueden ser diferentes a las mías, pero seguro que las tienes. ¿Sabes qué? No conducen a la luz. La única luz está en dejar de buscar por una misma y rendirse a Dios. Esperar confiadamente a que él provea la salida.
En ciertos momentos, tú yo somos una moneda perdida, una oveja perdida, un ser rodeado de oscuridad. En esos momentos, pidamos ayuda a Dios y a las personas cristianas que pueden orientamos con un consejo o una oración. Esperemos confiadas, no nos resignemos y hagamos a Dios las preguntas clave: “Señor, ¿quién soy yo? ¿Me reconoces? ¿Puedes llevarme de nuevo contigo?” Él nos ayudará a salir.
“No tendréis que pelear vosotros en esta ocasión; apostaos y quedaos quietos; veréis como la salvación de Jehová vendrá sobre vosotros” (2 Crón. 20; 17, RV95).
* Max Lucado, Cure for the Common Life [La cura para una vida ordinaria] (Tennessee: Thomas Nelson, 2005), p. 35.
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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