“¡Pídanle al Señor que llueva en primavera! ¡Él es quien hace los nubarrones y envía los aguaceros!” (Zac. 10:1, NVI). “Porque os ha dado la primera lluvia a su tiempo, […] lluvia temprana y tardía, como al principio” (Joel 2:23).
¿Por qué estamos orando? Por tener una relación viva con nuestro Salvador, ¿verdad? Tal vez la tenemos cuando adoramos, alabamos, oramos y testificamos. Pero he estado pensando si es así como se ve esta relación viva en nuestra vida cotidiana. Mi amiga me ayuda a entenderlo mejor, porque ella trata de vivir cada momento esa relación con Cristo. Por ejemplo, todos los días, cuando se ducha, aprovecha ese momento como una oportunidad para cantar himnos que alaben a Dios. A veces, también compone canciones para glorificarlo.
Una vez, mientras mi amiga miraba por la ventana de la cocina, vio la forma como de un cordero en las nubes. Sintió que era un recordatorio de Dios de que el “Cordero que fue sacrificado desde la creación del mundo” (Apoc. 13:8, NVI) vendría pronto, para llevarla a casa. A veces mi amiga se conecta con Dios cuando tiene ropa extendida para secar, por si es su voluntad contener la lluvia hasta que su ropa esté limpia y seca de nuevo en casa. Mi amiga dice que a veces ora no solo por la lluvia que riega el suelo, sino también por un derramamiento de la lluvia tardía. Ella está familiarizada con el texto: “Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor. Mirad cómo el labrador espera el precioso fruto de la tierra, aguardando con paciencia hasta que reciba la lluvia temprana y la tardía” (Sant. 5:7).
Recientemente, he estado pensando en la relación que existe entre mi amistad con Cristo y la lluvia tardía. Cuando veo una tormenta que limpia la tierra, recuerdo que Dios desea limpiarme también a mí, a través de su Espíritu Santo. Recuerdo su advertencia: “Así que, arrepentios y convertios para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de consuelo, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado” (Hech. 3:19, 20).
A través de nuestra conexión diaria con él, Jesús nos envía la lluvia temprana, por medio de su Espíritu, con el fin de prepararnos para desarrollar un carácter parecido al suyo. A medida que nos permite -a través de su gracia y misericordia- morir a nosotras mismas, nos hace más y más parecidas a él (ver Gál. 2:20).
Este es el momento de acercamos más a Jesús. Este es el momento de abrir nuestro corazón a la lluvia temprana, para que podamos alabarlo y servirlo por completo durante el tiempo de la lluvia tardía.
Yan Siew Ghiang
Tomado de lecturas devocionales para Damas 2017
VIVIR EN SU AMOR
Por: Carolyn Rathbun Sutton – Ardis Dick Stenbakken
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