«En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti». Salmo 119: 11
En los mandamientos de su santa ley, Dios ha revelado una perfecta norma de vida; y ha declarado que hasta el fin del tiempo esa ley, sin sufrir cambio en una sola jota o tilde, se mantendrá vigente para todos los seres humanos. Cristo vino para magnificar la ley y darle honra. Mostró que está basada sobre el firme fundamento del amor a Dios y al prójimo, y que la obediencia a sus preceptos abarca todos los deberes del ser humano. En su propia vida, Cristo dio un ejemplo de obediencia a la ley de Dios. En el Sermón del Monte mostró cómo los mandamientos se extienden más allá de las acciones externas e incluyen los pensamientos e intenciones del corazón.
La ley, si la obedecemos, nos lleva a renunciar «a la impiedad y a los deseos mundanos» y a vivir «en este siglo sobria, y justa, y piadosamente» (Tito 2: 12). Pero el enemigo de toda justicia ha cautivado al mundo, y ha arrastrado a la humanidad a desobedecerla. Como Pablo lo anticipó, multitudes han abandonado las claras y penetrantes verdades de la Palabra de Dios, y se han elegido maestros que les presentan las fábulas que ellos desean (2 Tim. 4: 4). Entre nuestros pastores y creyentes hay muchos que están pisoteando los mandamientos de Dios. Esto insulta al Creador y Satanás se ríe triunfalmente al ver el éxito que obtienen sus estratagemas.
Con el desprecio creciente hacia la ley de Dios, existe una marcada aversión hacia la religión, aumentan el orgullo, el amor a los placeres, la desobediencia a los padres y la autocomplacencia; y dondequiera se preguntan los pensadores: ¿Qué puede hacerse para corregir esos males? La respuesta la hallamos en la exhortación de Pablo a Timoteo: «Predica la palabra» (2 Tim. 4: 2, NVI). En la Biblia encontramos los únicos principios seguros de acción. Es la transcripción de la voluntad de Dios; la expresión de la sabiduría divina. Abre la comprensión de los seres humanos a los grandes problemas de la vida; y para todo el que tiene en cuenta sus preceptos, resultará una guía infalible que lo guardará de consumir su vida en esfuerzos mal dirigidos.
Dios ha dado a conocer su voluntad, y es insensato para el ser humano poner en tela de juicio lo que Dios ha declarado. Después de que la Sabiduría Infinita habló, no puede existir una sola cuestión en duda que hayamos de aclarar, ninguna posibilidad de vacilar o corregir. Todo lo que el Señor requiere de nosotros es un sincero y vehemente acatamiento de su expresa voluntad. La obediencia es el mayor dictado de la razón, tanto como la conciencia.— Los hechos de los apóstoles, cap. 49, pp. 375-376.
Tomado de lecturas devocionales para Adultos 2017
DE VUELTA AL HOGAR
Por: Elena G. de White
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