El anhelo más
grande del pueblo de Israel cautivo en Babilonia era regresar a Jerusalén,
restaurar el templo, gozar de libertad de culto y volver a sus costumbres y
tradiciones. Con la conquista de Babilonia por el rey Ciro de Persia en 539
a.C., se abrió una ventana de esperanza, pues el conquistador persa estaba
citado por nombre en la profecía escrita cien años antes del acontecimiento
(Isa. 44:28). Un año después de la toma de Babilonia, en 538 a.C., Ciro decretó
el edicto que concedía la libertad a los judíos y les permitía regresar a su
tierra, reconstruir el templo de Jerusalén y rehacer su vida en su patria. No
solo les concedió el permiso de retorno, sino que les devolvió todo el oro, la
plata y los tesoros que Nabucodonosor había expoliado del templo (Esd.1).
A pesar de la
buena noticia, la materialización del proyecto no iba a ser fácil, según relata
el libro de Esdras. Primero, solo una parte de los exiliados decidió aprovechar
la oportunidad de volver a Judá. Segundo, muchos de los que regresaron
(especialmente los más ancianos) lloraron porque la restauración del templo no
iba a alcanzar la gloria original. Tercero, los adversarios detuvieron la
reedificación del templo. También sabemos por el profeta Hageo que muchos, en
vez de edificar la casa del Señor, pusieron su empeño en edificar sus propias
casas; y cuando finalmente decidieron acometer la reedificación del templo,
tuvieron que enfrentarse a escasez y adversidad.
El capítulo 62 de
Isaías llega precisamente en esos momentos difíciles para el pueblo de Dios y
comunica esperanza, promesas y ánimo. Una de las metáforas es la del versículo
de hoy: corona de gloria y diadema de realeza. A lo largo de la historia de la
humanidad se han usado múltiples adornos corporales para conferir autoridad, distinción
y honor: tiaras, mitras, coronas, guirnaldas, fajines, cintas, bandas, medallas
y medallones. Pero la corona y la diadema del versículo de hoy son muy
diferentes: vienen de la mano de Dios. Los privilegios y los honores tienen
valor en función de quién los otorgue. Y no hay jerarquía más alta que el Rey
del universo. No consideres la dignidad que viene de manos humanas. Es
imperfecto quien la confiere y quien la recibe. Considera, pues, la dignidad
que viene de Dios y nos hace perfectos al recibirla. ¡Que privilegio tan
excelso!
DEVOCIÓN MATUTINA
PARA ADULTOS 2020
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020
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