Se cuenta la historia de un pastor que envió a su hijo adolescente a la oficina de correos y telégrafos a que enviara un telegrama para felicitar a una joven feligresa que se había casado recientemente. El ministro dio claras instrucciones al jovencito: el mensaje telegráfico que debía enviar era el siguiente: Lee 1 Juan 4:18. Por falta de atención, el muchacho omitió el primer número y envió el mensaje: Lee Juan 4:18. Cuando la recién casada recibió el telegrama, se apresuró a buscar en su Biblia el mensaje escogido especialmente para ella. De no haber sido erróneo, el versículo habría sido hermoso y apropiado a la ocasión: En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor… (1 Juan 4:18). Sin embargo, el rostro de la joven quedó perplejo al leer: El que ahora tienes no es tu marido (Juan 4:18).
Muchos problemas interpersonales se derivan de una mala comunicación. Los que emiten el mensaje tienen en la mente una intención y un concepto que pueden ser muy distintos para el que los recibe. Es más, si el receptor no escucha (o solo escucha a medias) el mensaje se quiebra y puede causar problemas.
Dentro de las familias, los malentendidos ocurren con frecuencia. Escuchar con verdadera atención en esta generación va haciéndose una rara habilidad. Los esposos tienen distintas preocupaciones. Así, cuando uno habla, el otro tal vez no escucha y hasta ofrece respuesta sin haber escuchado, como señala el versículo de hoy. Los niños y jóvenes también tienen sus intereses y, con mucha frecuencia, parecen no escuchar. La Escritura nos advierte que seamos prontos para oír y tardos para hablar (Santiago 1:19), pues escuchar es una bendición y ser escuchado produce un efecto terapéutico.
En realidad, el amor es el mejor fundamento para la comunicación: Amaos los unos a los otros con amor fraternal (Romanos 12:10). Si amamos al interlocutor, no nos será necesario hacer un curso de técnicas de comunicación. Si nuestra postura es menos egoísta y más centrada en el otro, la comunicación ganará calidad.
Hazte hoy el propósito de escuchar, de entender y de absorber por completo los mensajes que te presente tu hijo, tu cónyuge, tu padre o madre, tu compañero de trabajo, tu vecino o tu amigo. Sobre todo, mira a tus semejantes como hijos de Dios, creados y redimidos por él. Te sorprenderás de los hermosos resultados que esta actitud te proporcionará a ti y a quien escuchas.
DEVOCIÓN MATUTINA PARA ADULTOS 2020.
UN CORAZÓN ALEGRE
Julián Melgosa y Laura Fidanza
Lecturas devocionales para Adultos 2020.
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