martes, 22 de mayo de 2012

EMERGE DE ALLÍ


«¿Puedes pescar al Leviatan con un anzuelo, o atarle la lengua con una cuerda?» (Job 41:1, NVI).

¿Estás listo, cazador de animales? Hoy vamos a caminar por la orilla del pantano. ¿Qué es eso? Si nos acercamos un poco nos daremos cuenta de que es ¡un cocodrilo! Parece ser que lo que Job conocía como leviatán en sus tiempos es lo que se conoce hoy en día como cocodrilo.
¡Qué animal tan asombroso es el cocodrilo! Los cocodrilos pueden alcanzar hasta 6 metros de largo y pesar hasta 700 kilogramos. También son rápidos.  En distancias cortas pueden correr tan rápido como un caballo, aunque normalmente no corren para cazar su alimento, sino que nadan. Si alguna vez has visto a un cocodrilo en persona o por la televisión, habrás notado cómo flotan en el agua dejando fuera de ella solo sus ojos. De esta manera pueden ver lo que entra al lago desde la tierra mientras que su cuerpo está sumergido completamente. 
De cierta manera nosotros somos como el cocodrilo.  A veces estamos sumergidos en los problemas pero mediante los ojos de la fe podemos mirar por encima de ellos y saber que Dios cuidará de nosotros.  Así que usa hoy tus «ojos de la fe» y emerge de tus problemas.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

PROMESAS CUMPLIDAS


Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. (Salmo 91:11).

Habían transcurrido tan solo unos días de los  sucesos del 11 septiembre en Nueva York y en nuestra iglesia se estaba celebrando una vigilia.  Aunque el templo estaba distante de mi hogar, anhelaba buscar más de Dios durante aquellos días tan tristes, así que decidí asistir a la reunión.
La programación concluyó bastante tarde en la noche.  Le pregunté a un hermano de la iglesia cómo podía llegar de vuelta a casa y él me explicó la ruta que debía tomar, pero al poco rato de estar manejando me di cuenta de que me encontraba en un lugar desconocido y muy oscuro.
Para ese entonces había identificado aquel barrio como un sitio altamente peligroso. Intentaba no ponerme nerviosa, así que iba cantando himnos de alabanza. Mi auto era bastante nuevo y por ello no me atreví a bajarme para llamar desde un teléfono público, ya que temía que me asaltaran.  Tampoco contaba con un teléfono celular para comunicarme con algún familiar o amigo.
Mi desesperación iba en aumento. Estaba a punto de prorrumpir en llanto cuando elevé una oración a Dios mientras esperaba el cambio de luz en un semáforo: «Señor, estoy perdida. Te pido que tus ángeles me muestren cómo salir de este lugar». Al mirar hacia el frente vi un hermoso auto de lujo que pasó por mi lado, doblando hacia la derecha. A través de las ventanas de aquel auto se veían las cabezas de varias personas con cabellos resplandecientes. Me sentí impresionada a seguir aquel auto, pero llegó un momento en que lo perdí de vista. A los pocos minutos comencé a ver luces y me di cuenta de que estaba fuera de peligro. Una vez que llegué a casa le agradecí inmensamente a Dios por su protección y cuidado, y por haber respondido mi oración.
Al compartir este testimonio con mis familiares y amigos todos se sintieron impresionados. Me dijeron que lo sucedido había sido un verdadero milagro y daban gracias .a Dios por haberme librado de peligro. Aquella prueba aumentó mi fe y me convenció aún más de que cuando invocamos el nombre de Dios, él envía a sus mensajeros celestiales para que nos ayuden. Somos hijos de un gran Rey que nos ama con amor eterno.
Hermana, si algún día te encuentras en peligro o en alguna situación difícil no dudes en clamar a nuestro Dios, porque él enviará a sus ángeles para «que te guarden en lodos tus caminos» (Sal. 91:11).
¡Gracias, querido Padre, por esa hermosa promesa!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
María Elena Cura

¡RESISTIR!


Y nosotros no somos de los que se vuelven atrás [...], sino de los que alcanzan la salvación porque tienen fe. Hebreos 10: 39

María Durand tenía solo 15 años cuando fue arrojada en prisión. ¿Cuál había sido su delito? Su hogar era el lugar de reuniones religiosas de un grupo de protestantes llamados hugonotes, que eran considerados herejes. En realidad, las autoridades querían echar mano de su hermano Fierre, que era pastor, pero como no lograron apresarlo, arrestaron a María y a su padre.
Corría el año 1730 cuando María fue encarcelada en la Torre de Constanza, al sur de Francia. El frío helado del invierno, el calor sofocante del verano, los mosquitos portadores de paludismo y la poca iluminación se combinaban para quebrantar la salud y la voluntad de cualquier ser humano. Pero María no solo se mantuvo fiel a sus principios, sino que se convirtió en líder espiritual del grupo ¡durante 38 años! En la misma torre aún se puede leer la inscripción que grabó en una de las paredes: ¡RESISTIR!
Y resistió. Es verdad, a un precio elevado. En su lucha por sostener en alto sus creencias, María perdió a su padre y también a Fierre, su hermano. Durante 38 años fue privada de su libertad y de las condiciones básicas para subsistir, pero nada pudo hacer que renunciara a su fe en Dios. María cuidó de los enfermos, les recordó las promesas de las Escrituras, y luchó para que las autoridades mejoraran las condiciones inhumanas del lugar. Gracias a sus esfuerzos, se les permitió tener un ejemplar de los Salmos y usar la azotea de la torre para respirar aire puro.
Cuando María finalmente salió libre de la prisión, ya tenía 53 años de edad. Una sola palabra de renuncia a su fe habría bastado para obtener la libertad muchos años antes, pero María Durand no era de los que «se vuelven atrás» (Heb. 10:38), sino de los se mantienen «firmes hasta el fin» (Mat. 24:13). Por eso escribió en una de sus cartas: «Dios nos ha dado las preciosas verdades de la Biblia. Debemos ser leales a ellas y no traidores como Judas» (Kenneth H. Wood, Para el hombre moderno, p. 142).
¿Puede hoy Dios contar también contigo, para defender las verdades de su Palabra?
Amado Dios, dame valor para mantenerme siempre de tu parte, no importa el costo que deba pagar por ello.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

LA VERDAD TRANSFORMA


«Aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos). Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (Efesios 2:5,6).

He aquí un dilema: Somos pecadores y necesitamos ser salvos. Sin embargo, no podemos cambiar por nosotros mismos, ni aun queriendo. Muchos sienten la necesidad de un cambio y por eso, con la esperanza de que pronto serán bastante buenos para poder entrar en el cielo, tratan de eliminar los malos hábitos. Si hacemos esto, nos hemos equivocado de punto de partida. El primer lugar en el que debemos trabajar es el corazón.
La mujer de la parábola de la levadura tenía harina suficiente para una hogaza, el alimento de una familia para un día. La harina representa el corazón. Ahí es donde tiene que producirse la acción. Para que el cambio alcance al individuo, el corazón, como la harina, tiene que haber sido molido y tamizado; solo así puede recibir la levadura.
Satanás también tiene su levadura. Esa misma levadura que produce pan, también produce el alcohol que arruina a millones. Al igual que la levadura del pecado obra en el corazón para condenarnos y hacernos ineptos para el cielo, la verdad de Dios nos santificará y hará de nosotros nuevas criaturas.
La levadura es la verdad del reino de los cielos tal como se encuentra en las Escrituras. Debemos atesorar esta levadura en nuestro corazón (Sal. 119:11). La levadura se amasa junto con la harina y el líquido y la masa comienza a subir. Es casi seguro que el apóstol Pablo sabía cómo se hace el pan. Observe las palabras que usa que describen la acción de la levadura: Dios «nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos). Juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús» (Efe. 2: 5,6, la cursiva es nuestra).
En Cristo somos nuevas criaturas. Ya no somos tan solo un pedazo de masa. Gracias al poder leudante de las Escrituras, los pensamientos, los sentimientos y los motivos son nuevos. «Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios» (Rom. 10:17). Las Escrituras son el gran agente transformador del carácter. Cristo oró: «Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad» (Juan 17:17).
Permita que la levadura de la Palabra lo eleve hasta alcanzar nuevas alturas. Basado en Mateo 13:33

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill

lunes, 21 de mayo de 2012

DIENTES GRANDES, PROBLEMAS PEQUEÑOS


«Mira a Behemot, criatura mía igual que tú, que se alimenta de hierba, como los bueyes» (Job 40:15.NVI).

Ten cuidado, que hoy vamos a explorar un territorio desconocido. Mira, ¡es un behemot! ¿Y qué es un behemot?, seguramente te preguntarás. Bien, los expertos en la Biblia no están seguros, pero algunos creen que pudo haberse tratado de un hipopótamo. Lo que Dios le estaba diciendo a Job era: «Yo hice el hipopótamo y también te hice a ti, por lo tanto, puedo hacerme cargo de tus problemas».
¿Quieres saber por qué crear a un hipopótamo fue algo tan maravilloso? Baja conmigo al río para que echemos un vistazo al asombroso hipopótamo. Mira esos dientes tan grandes. Algunos de los dientes de abajo pueden llegar a medir hasta 30 centímetros de largo. Piensa en lo difícil que sería masticar si tus dientes de abajo fueran así de largos. ¿Ves por qué es tan asombroso que Dios haya creado el hipopótamo?
Así como Dios le dijo a Job que él se encargaría de sus problemas, nosotros también debemos confiar en él para que se encargue de los nuestros. Después de todo, si Dios pudo crear a un animal cuatro metros y medio de largo con dientes de treinta centímetros, también puede encontrar una solución para esos problemas que parecen demasiado grandes en nuestra vida.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

PERDIDA


Bendito sea Dios, que no echó de sí mi oración, ni de mí su misericordia. (Salmo 66:20).

Cuando apenas tenía unos cinco años experimenté el gozo de una oración contestada. Vivía con mis padres en el campo. Nuestra casa estaba en las faldas de una montaña donde mi papá cortaba leña, y yo tenía la costumbre de ir a recibirlo todas las tardes cuando regresaba de su trabajo. Aquel día parece que fui más temprano a esperarlo, o que él se demoró más y, tras pasando la prohibición de ir más allá de un cercado, me adentré en el bosque.
Primero caminé por el sendero ya marcado por el paso diario de mi padre y de otros trabajadores, pero muy pronto perdí el rumbo y no reconocía nada a mi alrededor. La vegetación se volvía cada vez más tupida y enmarañada. Comencé a sentir miedo, llamé a mi papá, pero no hubo respuesta. Entonces recordé que mi mamá me había enseñado a orar. Mi mirada se detuvo en una pequeña piedra de forma singular que parecía haber sido colocada allí entre los matorrales como para que se arrodillara una niña, y eso fue lo que hice. Con la sencilla y tierna fe de mis cinco añitos oré a Dios, pidiéndole que pudiera encontrar a mi papá. ¿Y saben algo? Yo no encontré a mi padre, sino que él me encontró a mí. Apenas terminé mi oración ya él estaba de pie a mi lado. Algo lo había impulsado a ir hacia ese lugar por donde nunca pasaba.
Hermana mía, ¿en alguna ocasión te has sentido perdida física, espiritual o emocionalmente? Puedo confiarte que a mí me ha sucedido más de una vez, pero siempre recuerdo que Dios escucha toda plegaria que se le dirija con fe.
«Sabemos que Dios debe estar interesado en nosotros, así como el padre terrenal se interesa en su hijo, pero en un sentido mucho mayor. Me coloco como su hija y con fe sencilla le pido los pequeños favores así como le pediría los dones mayores, creyendo que el Señor escucha la oración sencilla y contrita» (A fin de conocerle, p. 144).
Acudamos a nuestro Padre celestial en humilde súplica y él renovará nuestra fe, así como el deseo de servirle.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Teresa González de Santos escribe desde Cuba

DIO TENÍA UN PLAN PARA RAFAEL


Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él [...] tenga vida eterna. Juan 3:16

Era joven, inteligente y le iba bien en los negocios. Pero tenía un serio problema: el alcohol. Cuando se pasaba de copas, se tornaba tan violento que asustaba incluso a sus compañeros de farra. Por eso, según escribe Lourdes E. Morales, lo llamaban «la fiera de Santurce» (El viajero, p. 28).
Su matrimonio, y luego el nacimiento de dos preciosas criaturas, lo alejaron parcialmente del alcohol, pero la muerte de su primogénito Rafaelito, de apenas cinco años, lo golpeó tan duramente que nuevamente buscó refugio en la bebida. Y continuó así hasta que cierto día sucedió algo que cambiaría por completo el curso de su vida y también el de mucha gente dentro y fuera de Puerto Rico.
Caminaba Rafael bajo un fuerte aguacero, llevando consigo un bulto de ropa a su negocio, una lavandería, cuando vio un papel en el suelo. Sin saber por qué, sintió el extraño deseo de recogerlo. Cuando llegó a la lavandería, se dio cuenta de que era parte de un libro. En poco tiempo sus ojos se detuvieron en las palabras de Juan 3:16. Como no pudo entender su significado, buscó la ayuda de una vecina.
Rafael recibió estudios bíblicos, abandonó la bebida, pidió perdón a quienes había maltratado y fue bautizado. Su bautismo fue seguido por muchos otros, gracias al testimonio poderoso que Rafael, ya convertido, daba de su Salvador. Tiempo después, decidió dedicar su vida a distribuir el libro que lo había transformado: la Biblia.
Con la bendición de Dios, Rafael llegaría a ser «el mejor colportor del mundo» (Ibíd., p. 111), un predicador del evangelio y, además, un hombre de corazón generoso que usaría sus bienes al servicio de Dios y de todo necesitado que encontrara en su camino.
Rafael López Miranda estaba haciendo esta obra en los Andes venezolanos, cuando varios asesinos, con trece balazos, acabaron con su vida. Aunque murió en 1922, los hechos de este héroe de la fe aún hablan por él. En el cielo sabremos cuántas almas conocieron a Cristo gracias a la obra de un hombre cuya vida cambió cuando supo que «Dios amó tanto al mundo que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él [...] tenga vida eterna».
Señor, que mí testimonio hoy ayude a muchos a creer en Cristo como el Salvador del mundo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

LA LEVADURA


«En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti» (Salmo 119:11).

Varios años atrás, mi esposa y yo compramos una panificadora eléctrica. Nos imaginamos el placer de comer pan fresco y bollos de canela. Tuvimos la máquina durante veinte y tantos años, hasta que, literalmente, se murió. A veces hacía hogazas de pan perfectas y otras el resultado no distaba mucho de un disco de hockey sobre hielo. El secreto para obtener un pan ligero y sabroso suele ser la levadura.
El hombre utilizó la levadura antes incluso de descubrir la escritura. Los jeroglíficos sugieren que, hace más de cinco mil años, las civilizaciones egipcias más antiguas ya usaban levadura viva y el proceso de fermentación para leudar el pan. En realidad, la levadura es una especie de hongo. Como las plantas, los hongos, para crecer necesitan humedad y algún tipo de alimento. El alimento preferido de las células de levadura es el azúcar, en sus distintas formas: sacarosa (azúcar de remolacha o de caña), fructosa y glucosa (que se encuentran en la melaza, la miel, el sirope de arce y las frutas) y la maltosa (derivada del almidón de la harina). A medida que la levadura va creciendo, las células liberan dióxido de carbono y alcohol etílico en el líquido que las rodea. Cuando la harina se mezcla (se amasa) con líquido, obtenemos la masa. El dióxido de carbono, que es un gas, queda atrapado en la masa y sigue creciendo, levantándola y haciendo que se vuelva suave y esponjosa.
En una parábola Jesús habló de una mujer que horneaba pan. Sabemos cuánta harina usó —tres medidas— pero no cuánta masa amasó. En la actualidad, para hacer una hogaza de pan, mi esposa probablemente use una cucharada sopera de levadura seca granulada por cada tres tazas de harina. Así consigue una hogaza.
La gracia de Dios se esconde en el corazón (Sal. 119:11) porque ahí es donde hace su obra, en nuestra esencia misma. Tiene que trabajar en lo más profundo de nuestro ser. Tenemos que guardarla como María guardó las palabras de Jesús (Luc. 2:51). Cuanto más a conciencia amasemos la masa, más esponjoso será el pan. Así como es preciso amasar a conciencia el pan, es necesario que amasemos la Palabra de Dios con nuestra vida, de manera que el reino de los cielos nos cambie. Señor, trabaja en mi corazón como la levadura leuda la masa. Ayúdame a crecer para que pueda compartir con otros el Pan de vida.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill