Por la fe cayeron los muros de Jericó (Hebreos 11::30).
Los israelitas enfrentaron la batalla de Jericó con temor. La situación parecía increíble. Las murallas eran imposibles de traspasar. El enemigo que estaba dentro era invencible. Nosotras también enfrentamos Jericós en la vida -problemas que son imposibles de traspasar, enemigos que parecen invencibles, o una situación que nos parece increíble-, y nosotras también tenemos temor. Yo enfrenté mi propio Jericó en diciembre de 2006. Me habían diagnosticado cáncer. El enemigo que estaba adentro era invencible. La situación me parecía increíble; y tenía temor. Comenzó como un dolor de muelas. Pero el dentista dijo que mis dientes estaban bien, así que me recomendó ver a un neurólogo. Una resonancia magnética reveló que era un pequeño crecimiento en el nervio trigémino izquierdo, cerca del cerebro. Una biopsia reveló que era un linfoma no Hodgkin. Después de una cirugía de aproximadamente cinco horas, el crecimiento desapareció. Luego le sucedieron una serie de tratamientos de quimioterapia. Los israelitas tenían temor de enfrentar Jericó, pero Dios les ordenó que marcharan. Así que ellos marcharon por fe durante siete días, y "por la fe cayeron los muros de Jericó". Mi marcha alrededor de los muros de mi Jericó no duró siete días, sino siete meses. Marché por fe, y por la fe los muros de mi cáncer se derrumbaron. Pero no fue sólo por mi fe, sino por la fe de miles de personas en el mundo que oraron por mí. Fue la fe de mis colaboradores, de mis hijos y mi esposo. Durante esos siete meses Ron no se apartó de mi lado. Tantas veces quise abandonar la marcha. Era un viaje terrible. Quería que terminara. Deseaba morir. Pero no lo hice. Por la fe -y la fe de una multitud de amigos- continué la marcha. Por la fe -la fe de mis hijos que a menudo me llamaban para darme ánimo- continué la marcha. Por la fe -la fe de mi esposo- continué la marcha. Cuando estaba débil, flaca, sin cabello, con los ojos hundidos y la piel arrugada, él me dijo que estaba hermosa y lograría salir con éxito de esta situación porque él estaba orando por mí. Alabo a Dios por la fe de mis amigos y mi familia, que creyeron que las murallas de mi Jericó finalmente caerían.
Los israelitas enfrentaron la batalla de Jericó con temor. La situación parecía increíble. Las murallas eran imposibles de traspasar. El enemigo que estaba dentro era invencible. Nosotras también enfrentamos Jericós en la vida -problemas que son imposibles de traspasar, enemigos que parecen invencibles, o una situación que nos parece increíble-, y nosotras también tenemos temor. Yo enfrenté mi propio Jericó en diciembre de 2006. Me habían diagnosticado cáncer. El enemigo que estaba adentro era invencible. La situación me parecía increíble; y tenía temor. Comenzó como un dolor de muelas. Pero el dentista dijo que mis dientes estaban bien, así que me recomendó ver a un neurólogo. Una resonancia magnética reveló que era un pequeño crecimiento en el nervio trigémino izquierdo, cerca del cerebro. Una biopsia reveló que era un linfoma no Hodgkin. Después de una cirugía de aproximadamente cinco horas, el crecimiento desapareció. Luego le sucedieron una serie de tratamientos de quimioterapia. Los israelitas tenían temor de enfrentar Jericó, pero Dios les ordenó que marcharan. Así que ellos marcharon por fe durante siete días, y "por la fe cayeron los muros de Jericó". Mi marcha alrededor de los muros de mi Jericó no duró siete días, sino siete meses. Marché por fe, y por la fe los muros de mi cáncer se derrumbaron. Pero no fue sólo por mi fe, sino por la fe de miles de personas en el mundo que oraron por mí. Fue la fe de mis colaboradores, de mis hijos y mi esposo. Durante esos siete meses Ron no se apartó de mi lado. Tantas veces quise abandonar la marcha. Era un viaje terrible. Quería que terminara. Deseaba morir. Pero no lo hice. Por la fe -y la fe de una multitud de amigos- continué la marcha. Por la fe -la fe de mis hijos que a menudo me llamaban para darme ánimo- continué la marcha. Por la fe -la fe de mi esposo- continué la marcha. Cuando estaba débil, flaca, sin cabello, con los ojos hundidos y la piel arrugada, él me dijo que estaba hermosa y lograría salir con éxito de esta situación porque él estaba orando por mí. Alabo a Dios por la fe de mis amigos y mi familia, que creyeron que las murallas de mi Jericó finalmente caerían.
Dorothy Eaton Watts
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken
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