Y cuando él venga, convencerá al mundo de su error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio (Juan 16: 8).
En este punto se debe hacer la pregunta: ¿cómo funciona la justificación en la vida práctica? Es evidente que la justificación es un proceso. ¿Cuáles son los pasos de ese proceso? ¿Cómo es que llegamos a estar justificados? ¿Cuál es la parte del hombre, si tiene alguna, en este proceso? Por estas interrogantes, y otras que se suscitan en la vida diaria, es necesario que reflexionemos en la dinámica de la justificación.
Como sucede con otros asuntos espirituales, frecuentemente es muy difícil describir los pasos que llevan a una persona a la justificación. Esto es especialmente cierto en lo que se refiere al orden en que las cosas se deben dar. El primer paso para alcanzar la justificación es la convicción de pecado. Esto se refiere al reconocimiento de que uno es pecador. Implica llegar al convencimiento de que somos culpables, y que para salvarnos necesitamos la justicia delante de Dios. Requiere hacer algo parecido a lo que hizo Pedro: «Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: "¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador!"» (Lúe. 5: 8); o en decir lo que decía el publicano de la parábola: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lúe. 18: 13).
Actitudes como estas tienen, por lo menos, dos premisas: debe uno en-tender que el mal existe; también debe uno entender que Dios existe, y tener una comprensión de su carácter justo, santo y amoroso. Dadas estas circunstancias, el Espíritu de Dios guía al ser humano a reconocer su pecado y a buscar a Dios. La única manera en que podemos llegar a la convicción de pecado, es por el Espíritu de Dios que nos guía a esa conclusión. Dejados solos a nuestra comprensión natural del mundo, es muy difícil que concluyamos que somos pecadores y necesitamos ir a Dios. Se nos dice: «Toda convicción de nuestra propia pecaminosidad, es una prueba de que su Espíritu está obrando en nuestro corazón» (El camino a Cristo, p. 24).
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C
En este punto se debe hacer la pregunta: ¿cómo funciona la justificación en la vida práctica? Es evidente que la justificación es un proceso. ¿Cuáles son los pasos de ese proceso? ¿Cómo es que llegamos a estar justificados? ¿Cuál es la parte del hombre, si tiene alguna, en este proceso? Por estas interrogantes, y otras que se suscitan en la vida diaria, es necesario que reflexionemos en la dinámica de la justificación.
Como sucede con otros asuntos espirituales, frecuentemente es muy difícil describir los pasos que llevan a una persona a la justificación. Esto es especialmente cierto en lo que se refiere al orden en que las cosas se deben dar. El primer paso para alcanzar la justificación es la convicción de pecado. Esto se refiere al reconocimiento de que uno es pecador. Implica llegar al convencimiento de que somos culpables, y que para salvarnos necesitamos la justicia delante de Dios. Requiere hacer algo parecido a lo que hizo Pedro: «Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo: "¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador!"» (Lúe. 5: 8); o en decir lo que decía el publicano de la parábola: «¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!» (Lúe. 18: 13).
Actitudes como estas tienen, por lo menos, dos premisas: debe uno en-tender que el mal existe; también debe uno entender que Dios existe, y tener una comprensión de su carácter justo, santo y amoroso. Dadas estas circunstancias, el Espíritu de Dios guía al ser humano a reconocer su pecado y a buscar a Dios. La única manera en que podemos llegar a la convicción de pecado, es por el Espíritu de Dios que nos guía a esa conclusión. Dejados solos a nuestra comprensión natural del mundo, es muy difícil que concluyamos que somos pecadores y necesitamos ir a Dios. Se nos dice: «Toda convicción de nuestra propia pecaminosidad, es una prueba de que su Espíritu está obrando en nuestro corazón» (El camino a Cristo, p. 24).
Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C
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