Buscad primeramente reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas (Mateo 6:33).
Aquella noche me costaba conciliar el sueño. Las pocas veces que lograba me asaltaban pesadillas, en las que aparecía un bebé con los pies descalzos llorando de frió. Se acercaba la fecha señalada para que naciera mi hijo. Tal vez por los comentarios de otras mujeres que veían aquella como una oportunidad única para comprar medias, o quizás debido a mi falta de fe, las horas se me hicieron eternas. Pero el sábado llegó. Todas se levantaron temprano, algunas se alistaron para salir a comprar, otras les daban el dinero a sus compañeras para que les hicieran el favor.
«¿Cuántas te traigo?», me preguntó una. Respondí: «Ninguna, gracias». Mi respuesta detonó como una bomba inesperada. Todas se quedaron en silencio y me miraban atónitas. «Ya habrá otrá oportunidad», añadí. Pero lo decía solo de dientes afuera. En realidad sentía temor. No solo había perdido la oportunidad de comprar las mediecitas para mi bebé, sino que estaban en juego mi fe y las promesas divinas. Tras aquella afirmación, las vi alejarse.
Me quedé sola en la habitación. Me acosté y, teniendo la pared como única vista, elevé una oración que brotó de lo más profundo de mi corazón: «Señor, sé que me amas y que no vas a permitir que mi bebé tenga los pies descalzos. Ayúdame a confiar en tus promesas». Fue entonces cuando sentí paz y a mi mente asomaron los pececitos de mi pequeño, que nada más llegar a este mundo serían abrigados providencialmente.
Al mediodía todas estaban de vuelta, y traían gran algarabía. Cuando las otras pacientes supieron lo que había sucedido salieron corriendo hacia la tienda, pero no todas llegaron a tiempo. Las medias fueron el único tema de conversación durante todo aquel sábado: sus colores, la forma en que las habían conseguido... Cada palabra que oía parecía poner a prueba mi fe.
¿Te has encontrado en alguna situación similar? ¿Ha sido probada tu fe? ¿Te parece que tu fe necesita urgentemente una ayuda divina? Cuando te sientas así, eleva una oración al ciclo: «Señor, envuelve mi corazón con el tibio calor de la confianza en tus promesas».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Aquella noche me costaba conciliar el sueño. Las pocas veces que lograba me asaltaban pesadillas, en las que aparecía un bebé con los pies descalzos llorando de frió. Se acercaba la fecha señalada para que naciera mi hijo. Tal vez por los comentarios de otras mujeres que veían aquella como una oportunidad única para comprar medias, o quizás debido a mi falta de fe, las horas se me hicieron eternas. Pero el sábado llegó. Todas se levantaron temprano, algunas se alistaron para salir a comprar, otras les daban el dinero a sus compañeras para que les hicieran el favor.
«¿Cuántas te traigo?», me preguntó una. Respondí: «Ninguna, gracias». Mi respuesta detonó como una bomba inesperada. Todas se quedaron en silencio y me miraban atónitas. «Ya habrá otrá oportunidad», añadí. Pero lo decía solo de dientes afuera. En realidad sentía temor. No solo había perdido la oportunidad de comprar las mediecitas para mi bebé, sino que estaban en juego mi fe y las promesas divinas. Tras aquella afirmación, las vi alejarse.
Me quedé sola en la habitación. Me acosté y, teniendo la pared como única vista, elevé una oración que brotó de lo más profundo de mi corazón: «Señor, sé que me amas y que no vas a permitir que mi bebé tenga los pies descalzos. Ayúdame a confiar en tus promesas». Fue entonces cuando sentí paz y a mi mente asomaron los pececitos de mi pequeño, que nada más llegar a este mundo serían abrigados providencialmente.
Al mediodía todas estaban de vuelta, y traían gran algarabía. Cuando las otras pacientes supieron lo que había sucedido salieron corriendo hacia la tienda, pero no todas llegaron a tiempo. Las medias fueron el único tema de conversación durante todo aquel sábado: sus colores, la forma en que las habían conseguido... Cada palabra que oía parecía poner a prueba mi fe.
¿Te has encontrado en alguna situación similar? ¿Ha sido probada tu fe? ¿Te parece que tu fe necesita urgentemente una ayuda divina? Cuando te sientas así, eleva una oración al ciclo: «Señor, envuelve mi corazón con el tibio calor de la confianza en tus promesas».
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
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