Grande es hasta los cielos tu misericordia y hasta las nubes tu verdad (Salmos 57:10).
Cuando nos sentimos turbadas y desanimadas, por lo general miramos al cielo buscando ayuda. Y es que allí, en el cielo, se encuentran la inmensidad del amor divino y la única fuente de paz para el alma. Así como el espacio es infinito, el amor y la fidelidad de Dios tampoco conocen límites ni fronteras. Puede ser que todo a tu alrededor se desplome, o que murallas gigantes se alcen impidiéndote ver más allá del obstáculo o de la prueba más inmediatos, pero arriba siempre hay un cielo que no se puede ocultar. Hay un mundo de esperanza, de amor, de paz, de confianza y de fidelidad.
Si estás pasando por momentos de crisis, únete al salmista cuando dijo: «Oh Señor, por siempre cantaré la grandeza de tu amor; por todas las generaciones proclamará mi boca tu fidelidad. Declararé que tu amor permanece firme para siempre, que has afirmado en el cielo tu fidelidad» (Sal. 89: 1, 2).
¿Puedes comparar tu fidelidad con la del Señor Jesús? ¿Cuántas veces has hecho promesas de consagración y servicio, y cuántas veces las has roto? En cambio tu Dios, ¿te ha fallado alguna vez? En el libro de Lamentaciones encontramos una declaración interesante: «El gran amor de) Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!» (Lam. 3: 22, 23, NVI). En estas palabras podemos encontrar la respuesta a nuestra pregunta.
Aunque a veces todo te parezca mera teoría porque no puedes palpar su presencia, nunca dejes de confiar en el Dios que por amor a ti tomó forma de siervo y se humilló hasta la muerte. Si tú no fueras importante para él, su sangre no habría sido derramada bajo tanto sufrimiento. Allí, pendiendo del madero, Jesús sintió tu agonía, tu sufrimiento, tu incertidumbre, tu debilidad. Por ti oró y su ruego llega hasta hoy cada vez que presenta sus manos heridas como testigos de su gran amor y fidelidad hacia ti, y garantía de que tu victoria está segura en sus manos.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Cuando nos sentimos turbadas y desanimadas, por lo general miramos al cielo buscando ayuda. Y es que allí, en el cielo, se encuentran la inmensidad del amor divino y la única fuente de paz para el alma. Así como el espacio es infinito, el amor y la fidelidad de Dios tampoco conocen límites ni fronteras. Puede ser que todo a tu alrededor se desplome, o que murallas gigantes se alcen impidiéndote ver más allá del obstáculo o de la prueba más inmediatos, pero arriba siempre hay un cielo que no se puede ocultar. Hay un mundo de esperanza, de amor, de paz, de confianza y de fidelidad.
Si estás pasando por momentos de crisis, únete al salmista cuando dijo: «Oh Señor, por siempre cantaré la grandeza de tu amor; por todas las generaciones proclamará mi boca tu fidelidad. Declararé que tu amor permanece firme para siempre, que has afirmado en el cielo tu fidelidad» (Sal. 89: 1, 2).
¿Puedes comparar tu fidelidad con la del Señor Jesús? ¿Cuántas veces has hecho promesas de consagración y servicio, y cuántas veces las has roto? En cambio tu Dios, ¿te ha fallado alguna vez? En el libro de Lamentaciones encontramos una declaración interesante: «El gran amor de) Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡muy grande es su fidelidad!» (Lam. 3: 22, 23, NVI). En estas palabras podemos encontrar la respuesta a nuestra pregunta.
Aunque a veces todo te parezca mera teoría porque no puedes palpar su presencia, nunca dejes de confiar en el Dios que por amor a ti tomó forma de siervo y se humilló hasta la muerte. Si tú no fueras importante para él, su sangre no habría sido derramada bajo tanto sufrimiento. Allí, pendiendo del madero, Jesús sintió tu agonía, tu sufrimiento, tu incertidumbre, tu debilidad. Por ti oró y su ruego llega hasta hoy cada vez que presenta sus manos heridas como testigos de su gran amor y fidelidad hacia ti, y garantía de que tu victoria está segura en sus manos.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
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